EL VALOR DE LO NUESTRO
Eduardo Héguy Terra
En el Uruguay seguimos las elecciones en los Estados Unidos muy de cerca y festejamos el triunfo de Barack Obama como algo propio; y el cumpleaños de Fidel Castro jamás pasa desapercibido. Es que los uruguayos siempre hemos estado abiertos al mundo. Primero, desde nuestros orígenes, luego como país de inmigrantes de las más variadas procedencias; mas tarde, como centro de interés turístico visitado permanentemente por ciudadanos europeos, norteamericanos y de todos los países de la región. Nuestra propia vocación cultural nos hace muy receptivos a lo que acontece en otras partes y a todo cuanto proviene de fuera, ya se trate de gastronomía, deporte, música o vestimenta, arte, cine, teatro o televisión. Todas las ideas, modas, autores y estilos tienen cabida entre nosotros.
Si a ello le sumamos nuestra marcada vocación viajera, que nos lleva a visitar otros países y la cantidad enorme de uruguayos – varios cientos de miles – dispersos por el mundo en busca de un mejor destino, pero en permanente contacto con sus familias y amigos, no cabe duda que recibimos las mas variadas influencias culturales, con proyección en todos los ámbitos de la vida nacional. ¿Cómo no vamos a interesarnos por lo que ocurre en España, Italia, Israel, Canadá, Argentina o Australia, si allí también están los nuestros?
No está mal, por cierto, una actitud de apertura al mundo. Pero esta situación contrasta con el escaso espacio y tiempo, el poco o nulo esfuerzo, los menguados o inexistentes recursos destinados a promover lo nuestro. Nuestros orígenes, nuestra cultura, nuestras tradiciones, nuestra literatura, o nuestra música. La historia nacional no solamente no es suficientemente conocida, sino que ha llegado a ser deliberadamente ignorada o distorsionada. Otro tanto podríamos decir del cabal conocimiento de la vida de los próceres, del himno nacional o del significado de los símbolos patrios. Escultores y pintores, arquitectos y poetas, científicos y filósofos, médicos y juristas, escritores y músicos de todos los tiempos, no han logrado aún todo el reconocimiento y difusión que merecen, no obstante excepciones motivadas por notorias afinidades políticas. Con frecuencia se valora a los nuestros en el extranjero más que en la propia patria. Como consecuencia de todo ello, ¿puede sorprender que se haya ido desdibujando la idea de identidad nacional, así como el sentido profundo de pertenencia a la nación? Saber de dónde venimos nos ayudará a ver con más claridad quiénes somos y cuál es nuestro destino.
Cuanto mas globalización, cuanta más integración regional, cuanto mas interdependencia, mayor es la necesidad de tener clara conciencia de lo nuestro. De nuestras raíces, occidentales y cristianas. De nuestra cultura y tradición, que dan forma y definen nuestra personalidad, con un modo de ser propio e inconfundible. Esto es lo que nos permite sentir orgullo de ser un país de iguales. Un país que nos hace querer llevar la celeste en el pecho siempre, con dignidad, y no solo en el deporte, por mas que este es un formidable instrumento para la educación de los pueblos y la emotiva reivindicación del patriotismo bien entendido.
Hoy, en la economía nacional, vemos otro importante frente de análisis de lo nuestro. Un sector agropecuario que, como nunca antes, ha visto cambiar de manos la propiedad de centenares de miles de hectáreas. Compradores argentinos, finlandeses, españoles, canadienses, brasileños y estadounidenses, generaron una verdadera revolución en la titularidad de la tierra, con altísimos grados de concentración de la tenencia. La agricultura-con modificaciones en los principales cultivos-, la industria maderera o la producción lechera, los frigoríficos o las fábricas de cerveza, y hasta la SALUS y los supermercados, son evidentes muestras de un profundo cambio en la propiedad de las empresas. Si a ello sumamos que PLUNA está gestionada por un ciudadano argentino, como también lo son el administrador del aeropuerto de Carrasco, el del hipódromo de Maroñas o el principal transportista de pasajeros por vía fluvial; si tenemos presente que buena parte de los frigoríficos son propiedad de un grupo brasilero; si recordamos que no quedan bancos privados nacionales, o que las empresas privadas de telefonía móvil, con las que compite Ancel, son todas extranjeras, - por poner algunos ejemplos -, entonces vemos que el sentido de lo “nacional”, se ha ido estrechando, inadvertida y , tal vez, peligrosamente.
Creo firmemente que, en estos tiempos de campaña electoral, el sentido de pertenencia a la patria, la valoración de lo nacional y el respeto y la preservación de las raíces de nuestra identidad, bien merecen un momento de reflexión. De los dirigentes políticos desde luego, pero también y muy especialmente de la ciudadanía uruguaya a la hora de decidir su voto.
En el Uruguay seguimos las elecciones en los Estados Unidos muy de cerca y festejamos el triunfo de Barack Obama como algo propio; y el cumpleaños de Fidel Castro jamás pasa desapercibido. Es que los uruguayos siempre hemos estado abiertos al mundo. Primero, desde nuestros orígenes, luego como país de inmigrantes de las más variadas procedencias; mas tarde, como centro de interés turístico visitado permanentemente por ciudadanos europeos, norteamericanos y de todos los países de la región. Nuestra propia vocación cultural nos hace muy receptivos a lo que acontece en otras partes y a todo cuanto proviene de fuera, ya se trate de gastronomía, deporte, música o vestimenta, arte, cine, teatro o televisión. Todas las ideas, modas, autores y estilos tienen cabida entre nosotros.
Si a ello le sumamos nuestra marcada vocación viajera, que nos lleva a visitar otros países y la cantidad enorme de uruguayos – varios cientos de miles – dispersos por el mundo en busca de un mejor destino, pero en permanente contacto con sus familias y amigos, no cabe duda que recibimos las mas variadas influencias culturales, con proyección en todos los ámbitos de la vida nacional. ¿Cómo no vamos a interesarnos por lo que ocurre en España, Italia, Israel, Canadá, Argentina o Australia, si allí también están los nuestros?
No está mal, por cierto, una actitud de apertura al mundo. Pero esta situación contrasta con el escaso espacio y tiempo, el poco o nulo esfuerzo, los menguados o inexistentes recursos destinados a promover lo nuestro. Nuestros orígenes, nuestra cultura, nuestras tradiciones, nuestra literatura, o nuestra música. La historia nacional no solamente no es suficientemente conocida, sino que ha llegado a ser deliberadamente ignorada o distorsionada. Otro tanto podríamos decir del cabal conocimiento de la vida de los próceres, del himno nacional o del significado de los símbolos patrios. Escultores y pintores, arquitectos y poetas, científicos y filósofos, médicos y juristas, escritores y músicos de todos los tiempos, no han logrado aún todo el reconocimiento y difusión que merecen, no obstante excepciones motivadas por notorias afinidades políticas. Con frecuencia se valora a los nuestros en el extranjero más que en la propia patria. Como consecuencia de todo ello, ¿puede sorprender que se haya ido desdibujando la idea de identidad nacional, así como el sentido profundo de pertenencia a la nación? Saber de dónde venimos nos ayudará a ver con más claridad quiénes somos y cuál es nuestro destino.
Cuanto mas globalización, cuanta más integración regional, cuanto mas interdependencia, mayor es la necesidad de tener clara conciencia de lo nuestro. De nuestras raíces, occidentales y cristianas. De nuestra cultura y tradición, que dan forma y definen nuestra personalidad, con un modo de ser propio e inconfundible. Esto es lo que nos permite sentir orgullo de ser un país de iguales. Un país que nos hace querer llevar la celeste en el pecho siempre, con dignidad, y no solo en el deporte, por mas que este es un formidable instrumento para la educación de los pueblos y la emotiva reivindicación del patriotismo bien entendido.
Hoy, en la economía nacional, vemos otro importante frente de análisis de lo nuestro. Un sector agropecuario que, como nunca antes, ha visto cambiar de manos la propiedad de centenares de miles de hectáreas. Compradores argentinos, finlandeses, españoles, canadienses, brasileños y estadounidenses, generaron una verdadera revolución en la titularidad de la tierra, con altísimos grados de concentración de la tenencia. La agricultura-con modificaciones en los principales cultivos-, la industria maderera o la producción lechera, los frigoríficos o las fábricas de cerveza, y hasta la SALUS y los supermercados, son evidentes muestras de un profundo cambio en la propiedad de las empresas. Si a ello sumamos que PLUNA está gestionada por un ciudadano argentino, como también lo son el administrador del aeropuerto de Carrasco, el del hipódromo de Maroñas o el principal transportista de pasajeros por vía fluvial; si tenemos presente que buena parte de los frigoríficos son propiedad de un grupo brasilero; si recordamos que no quedan bancos privados nacionales, o que las empresas privadas de telefonía móvil, con las que compite Ancel, son todas extranjeras, - por poner algunos ejemplos -, entonces vemos que el sentido de lo “nacional”, se ha ido estrechando, inadvertida y , tal vez, peligrosamente.
Creo firmemente que, en estos tiempos de campaña electoral, el sentido de pertenencia a la patria, la valoración de lo nacional y el respeto y la preservación de las raíces de nuestra identidad, bien merecen un momento de reflexión. De los dirigentes políticos desde luego, pero también y muy especialmente de la ciudadanía uruguaya a la hora de decidir su voto.
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