BAJO EL PUENTE DE SARMIENTO

Eduardo Héguy Terra

Alguien dijo que cuando no se atienden las necesidades básicas de las personas, como lo es la vivienda, la libertad termina siendo, para los indigentes, la libertad de vivir debajo de los puentes. Me parecía que este pensamiento era, por lo exagerado, un mero recurso retórico, un instrumento al servicio de la idea central para dotarla de mayor efecto, de más fuerza. Pero desde hace unos años la realidad anticipada por el pensador se concretó en nuestra ciudad. La miseria y el abandono más extremo se instalaron en nuestras calles, sin que nadie atinara a encontrar una solución. Las personas que viven debajo del puente de Sarmiento, que cruza sobre el Bulevar Artigas, constituyen un testimonio desgarrador de esa pobreza llevado a un grado de escándalo, vergüenza y condena para la sociedad que la genera y tolera, sin lograr poner fin a la indigencia, atender a esas personas abandonadas a su suerte, darles cobijo, alimento, asistencia médica y psicológica, y, sobre todo, de una buena vez, encontrarles un lugar donde vivir dignamente y en forma permanente.
Hoy pensamos que ello no debería resultar una misión tan difícil, casi que imposible, para un gobierno que propone disponer de un presupuesto que alcanza a los nueve mil millones de dólares. Sin duda no debe ser por falta de recursos materiales que los sin techo que viven debajo del puente de Sarmiento siguen en la calle. Plata no falta. Tampoco faltan funcionarios públicos, pues entre las decenas y decenas de miles de personas que cobran en el Estado, bien podría conformarse un equipo interdisciplinario capaz de estudiar, analizar, recomendar y dar solución a esas pobres personas.
Y si no falta dinero ni recursos materiales, si abundan los recursos humanos al servicio del Estado, cabe preguntarse si lo que falta es capacidad para hacer o voluntad de que se haga. Admitir falta de capacidad o de voluntad implicaría aceptar que carecen de idoneidad o de sensibilidad, o de ambas cosas a la vez, todas las personas responsables de hacer cumplir al precepto constitucional que dispone que “Todo habitante de la República tiene derecho a gozar de vivienda decorosa” ; y aquel otro que establece que “El Estado dará asilo a los indigentes o carentes de recursos suficientes que, por su inferioridad física o mental de carácter crónico, estén inhabilitados para el trabajo”. ¿Qué razones pueden existir para justificar la omisión humanitaria en que se incurre actualmente y desde hace largo tiempo? Tenemos hoy, además, un ministerio de Desarrollo Social, con claros cometidos y suficientes competencias y recursos. ¿Qué tienen para decir? ¿No pasan bajo ese puente? ¿No perciben acaso la miseria que allí se refugia y a duras penas sobrevive? Ante la evidencia de que hay compatriotas que comen de la basura y viven bajo los puentes, los ministros y legisladores, la intendenta y los ediles ¿no se sienten interpelados por esa situación? ¿No hay algo que se pueda hacer?
En Chile, el presidente Sebastián Piñera, los ministros, técnicos, rescatistas y numerosos funcionarios públicos, unieron esfuerzos, recursos y conocimientos para rescatar a los treinta y tres mineros de la mina San José, en Copiapó, sepultados a casi setecientos metros de profundidad. Y lo lograron. Salvaron a sus compatriotas, para júbilo y honra de todo Chile. ¿No podríamos también nosotros, con el presidente de la república a la cabeza, tomar ejemplo de aquella gesta, constituir nuestro propio campamento Esperanza, dar cara a los problemas, no bajar los brazos ante las dificultades, superar la indiferencia y, sin necesidad de cavar un solo metro, rendir cuentas ante esos ciudadanos que duermen a la intemperie y carecen de lo más elemental para subsistir con dignidad? ¿Verdad que solo cabe una respuesta afirmativa?
Pero hacen falta hechos y no palabras. Se necesitan soluciones prácticas, rápidas y concretas. Solidaridad actuante. Sensibilidad eficiente. Conciencia social reflejada en todos y cada uno de los actos de gobierno. Si la prioridad es, como debe ser, proteger a los mas débiles, podemos decir, parafraseando al prócer, que así como la causa de los pueblos no admite la menor demora, tampoco admite mas dilatorias y postergaciones la causa de los sin techo. No deberían hacerse grandes autopistas, ni modernos aeropuertos, ni grandes aumentos de sueldo, ni más incrementos de los gastos del Estado, ni mas viajes, mientras exista un uruguayo indigente, un compatriota viviendo a la intemperie, una familia sin vivienda digna y decorosa. De nada valen los discursos floridos y las frases ingeniosas cuando la realidad muestra otra cosa. Un injusto y desgarrador drama humano. Bajo el puente de Sarmiento.

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