ETICA DE LA RESPONSABILIDAD

Eduardo Héguy Terra

La actitud asumida por el ingeniero Ernesto Agazzi al rechazar el ofrecimiento que le formulara el presidente electo José Mujica para ocupar el cargo de ministro de Educación y Cultura en el próximo gabinete, constituye una noticia en el más cabal sentido de la expresión. Porque en nuestro país nadie rechaza un cargo de ministro en un gobierno que le es notoriamente afín. Y menos por los argumentos expuestos por el ex ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca. En efecto, el ingeniero Agazzi ha dicho que no se considera calificado para ejercer ese cargo, por no conocer suficientemente las materias que constituyen el cometido específico de esa secretaría de Estado. Esto también es noticia; y de especial relevancia y proyección.
¿Ustedes se imaginan lo que ocurriría en la administración pública uruguaya si otros jerarcas siguieran este ejemplo? Estaríamos ante una verdadera revolución ética. Esta sí que haría temblar las raíces de los árboles. Un sinceramiento de las estructuras políticas en función de criterios de capacidades adecuadas para una mayor eficiencia en la gestión pública. Casi nada. Cargos públicos asignados no por el número de votos, sino por los talentos y las virtudes de los candidatos, tal como lo expresa la Constitución. No tan solo por la cantidad, lo que en una democracia siempre es importante, sino también por la calidad, lo que para una administración eficiente siempre es imprescindible.
Tengo la sensación que la actitud del ingeniero Agazzi no será comprendida por algunos y pondrá nerviosos a muchos. Es que siempre está latente el riesgo de que el buen ejemplo cunda y que la búsqueda de la excelencia por fin se haga criterio de selección. Lo que debe causar pánico a oportunistas y a mediocres, quienes temerán que a alguien se le ocurra que en el futuro los cargos políticos se llenen por concurso de oposición y méritos. ¡Qué barbaridad! Con los graves problemas que tiene la educación en el Uruguay, con la importancia clave que ella reviste para nuestro futuro como país, no es poca cosa como aporte a su mejoramiento esta inesperada, trascendente y oportuna lección cívica de responsabilidad ética. Ojalá que, ante la presión de sus correligionarios, no cambie de opinión. Sería una lástima. Para quienes tenemos formación universitaria, en el pasado nos ha sido difícil entender designaciones de ingenieros agrónomos en Relaciones Exteriores, o de profesores de derecho internacional o de maestras en el ministerio del Interior. Recuerdo incluso, como triste anécdota, que no faltó quien fuera apodado “el punguista”, porque cualquier cartera le venía bien. Casi como aquel legislador a quien llamaban “el mejillón”, porque, lejos de estudiar y de aportar a una mejor legislación, cómodamente tan solo se adhería a lo propuesto por otros.
Sin ética de la responsabilidad, sin autocrítica, no habrá cambios profundos, progresos duraderos, ni un mejor gobierno. Sin ética de la responsabilidad se defraudará a la gente y se frustrará el destino de la nación. Esto es así, por más que se quiera ocultar o disimular la enorme importancia de estos valores, tan difíciles de mantener y llevar adelante en cualquier ámbito, pero de manera muy especial en un mundo tan complejo y difícil como el de la política y la cuestión pública.
En momentos en que el presidente electo se encuentra abocado de lleno a la conformación de su gobierno, para lo cual requiere de cientos de colaboradores de confianza, el camino señalado por el ingeniero Agazzi, y que este pone sobre la mesa con vigor y claridad, nos recuerda que la idoneidad, el conocimiento, la preparación y la experiencia son elementos esenciales para lograr el perfil mas adecuado a las exigencias de la función pública y, por consecuencia, para la aprobación de los candidatos a ocupar diferentes posiciones en la futura administración.
También los partidos de la oposición han sido convocados por el presidente electo a designar sus representantes en los entes autónomos y servicios descentralizados. Blancos, colorados e independientes tendrán pues la oportunidad y la responsabilidad de mostrarnos a todos cuáles son sus criterios para la selección de las personas que, designadas por un partido político, tendrán el importante cometido de controlar la gestión del gobierno, para mejor servir al adecuado funcionamiento de las instituciones y a los altos intereses de la nación. Que de eso se trata. Veremos entonces, claramente, si es gente idónea, preparada técnicamente para esas funciones, o si, en cambio, volveremos a las viejas prácticas de los premios consuelo y de los compromisos menores, designando, por ejemplo, a quienes como único mérito exhiben el no haber logrado los votos necesarios para ocupar una banca de legislador. ¿Habrá quien tenga en cuenta el ejemplo de Agazzi? No tengo dudas que todos saldríamos ganando.

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