POR TODO LO ALTO

DR. EDUARDO HEGUY TERRA

Cuando un sistema educativo fracasa la sociedad entera termina pagándolo. Y esto no únicamente en términos de recursos económicos mal aplicados, lo cual ya es grave de por sí, sino que el fracaso se mide en términos de frustraciones personales, pérdida de referencias éticas y envilecimiento de las normas de sana convivencia social.
La educación, para merecer el nombre de tal, no debe limitarse a la instrucción de los estudiantes en diversas ramas del conocimiento. Saber mucho o poco de Física o Geometría, no hace mejores a las personas. Tampoco la erudición en Historia o Economía hace a los hombres más honestos ni más solidarios. Lo que en realidad importa, aquello que es esencial, es la formación en el culto a los valores morales, que son los que hacen a lo medular de una vida digna y los convierten en buenas personas y mejores ciudadanos.
Por eso se debe promover el anhelo de realizarse como gente de bien, como ciudadanos probos, como personas responsables, conscientes de sus deberes y respetuosas de los derechos de los demás. Un sistema educativo sin alma, que se limite a ofrecer conocimientos con olvido de los valores del espíritu y desprecio de la ética, será un sistema incompleto, imperfecto y estéril, arruinando las legítimas expectativas de la sociedad. También es insuficiente una pretendida formación profesional que solo apunte a la inserción laboral o al éxito económico, si se dejan de lado la rectitud y la moral. Es obvio que un periodista sin principios no tendrá mayor apego a la verdad. Un abogado inescrupuloso, cuantos más conocimientos legales tenga más peligroso resultará como auxiliar de la justicia. Un funcionario público desleal, cualquiera sea su jerarquía, raramente estará al servicio de la función sino más bien tratando de servirse de ella. Un político corrupto traicionara a sus votantes y dañará a la sociedad.
Es necesario inculcar en los estudiantes que ser mejor no es tener más, poseer más. Enseñarles que importa mucho como se logra llegar a la meta. Como se alcanzan los objetivos. Como se obtienen los resultados. Los docentes deben predicar con el ejemplo y, si están calificados para serlo, deben hacer que los alumnos comprendan que nada se consigue sin trabajo, sin disciplina y sin esfuerzo; que la trampa, la deslealtad, la mentira, y el engaño invalidan la legitimidad de cualquier pretendido triunfo. Que la verdad a medias es manipuladora y canallesca.
El deporte es un ámbito más que propicio de cara a formar personalidades rectas, que crezcan con sentido del honor, en la nobleza, el compañerismo, la solidaridad, la generosidad en el esfuerzo, la lealtad y la tolerancia. Hay que educar en el respeto a la vida, a los derechos, las instituciones y a la familia.
Cuando el sistema educativo de un país no ha logrado inculcar estas ideas en la conciencia de los estudiantes, la convivencia se degrada inexorablemente. Más temprano que tarde en la comunidad prevalecerá el vale todo, el no importa cómo. Alejados de la búsqueda de la excelencia se imponen los pícaros y reinan los mediocres. Ello tal vez ayude a explicar la violencia en los liceos, las decenas de miles de jóvenes que no estudian ni trabajan y el alto porcentaje de ellos cuyo mayor anhelo parece ser el convertirse en narcotraficantes. Dantesco. Mucha gente terminará por pensar que el fin justifica los medios. La deshonestidad medrará en la política, en el deporte, en el comercio, en las relaciones laborales, en las finanzas o en el plano internacional. Así el sentido del éxito se tergiversa, se cosifica, se mide solo por lo económico. Los méritos ya no cuentan y la posesión de bienes materiales se convierte en la suprema meta de los individuos. Los inescrupulosos los obtendrán sin reparar en injusticias ni en atropellos. Y no habrá condena.
Una sociedad sin valores pierde las referencias. No hay duda. Equivoca el rumbo. Deja de condenar el fraude y el engaño. Se hace cómplice. Olvida premiar los talentos y las virtudes, pues ya no cree en ellos y, en su mediocridad, los envidia y hasta les teme. Se rinde tributo a la falta de escrúpulos. Al resultado a como de lugar. Prescindente de toda dimensión espiritual, se concentra en la exclusiva tarea de alcanzar el botín.
Es así pues que una sociedad sin valores es una sociedad moral y espiritualmente enferma. Una sociedad sin sentido de trascendencia. Incapaz de grandes logros. Una sociedad, en fin, imposibilitada de volar alto y de mirar lejos. Muerta por dentro.
Es pues responsabilidad de la educación evitar que ese terrible desenlace ocurra e impedir que se frustren centenares de miles de jóvenes, generación tras generación. Pero para ello no alcanza con entregar a la enseñanza pública, sin controles ni rendición de cuentas, 1.800 millones de dólares cada año. De esta tremenda crisis no se sale con retórica marxista, chicanas políticas o trabas sindicales. Hace falta que el gobierno asuma su responsabilidad en el desastre actual, que tenga el valor de reformar una mala ley y, convocando a la oposición, se aplique con coraje a los cambios profundos que con urgencia se requieren en la conducción de la enseñanza pública. Se impone un gran acuerdo nacional. Por todo lo alto. Por la gente.

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