LAS VENTANAS ROTAS
Dr. Eduardo Héguy Terra
Resultará estéril discutir la severidad de las penas aplicables a los menores delincuentes, la edad de imputabilidad o la conservación de sus antecedentes, si estos salen a su antojo de los establecimientos del INAU. Tampoco será suficiente para mejorar la seguridad pública transferir cientos de cargos de soldados hacia el ministerio del interior, como lo propusimos desde esta misma página el 18 de noviembre de 2005, y ahora se concretará, gracias a la insistencia del senador Jorge Larrañaga. Desde luego que todo ello, sumado a otras iniciativas y decisiones, es más que necesario pues, como en todos los grandes temas nacionales, se requiere de un complejo conjunto de medidas para lograr el éxito y no olvidemos que identificarlas, aprobarlas, articularlas y concretarlas, es ineludible responsabilidad de los gobernantes. Es habitual escuchar propuestas parciales sobre el tema de la delincuencia. Pero falta un enfoque global en materia de seguridad pública, que sea compartido e impulsado por todos los partidos políticos, pues a todos les concierne. Elaborado, además, no solo con realismo y sentido común sino también con la participación de los tres poderes del Estado,- legislativo, judicial y ejecutivo-, pues de los tres se requiere, sin duda, un mejor esfuerzo. Y es fundamental, desde el inicio, dar a conocer claramente los principios y criterios, los parámetros que orientan la acción del gobierno y que permiten evaluar las medidas que se procura poner en obra. Esa definición política es el punto de partida esencial y para elaborarla es bueno considerar estudios y experiencias de otros países.
En 1969, en la universidad de Stanford, el profesor Phillip Zimbardo, -también autor de El efecto Lucifer -, estudiando aspectos relativos a la psicología social y la conducta criminal, realizó una prueba de campo. Dejó dos autos absolutamente idénticos abandonados en diferentes ciudades: uno en el empobrecido Bronx de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona pudiente de California. Como era de esperar el auto abandonado en el Bronx fue inmediatamente canibalizado por los vándalos; en cambio su gemelo de Palo Alto se mantuvo intacto. Sin embargo quienes realizaron el experimento no se quedaron con la explicación obvia de atribuir a la pobreza la causa del delito. A la semana de estar el auto de Palo Alto en la calle, impecable, los investigadores le rompieron deliberadamente un vidrio: de inmediato se desató el mismo proceso de destrucción que se había vivido en el Bronx. Esto puso de manifiesto que existían otras causas más allá de la pobreza, causas que tienen que ver con la psicología humana y con las relaciones y situaciones sociales. Una ventana rota en un auto abandonado transmite una idea de despreocupación que gradualmente altera los códigos de convivencia y da una sensación de falta de autoridad, de vale todo. Cada nuevo ataque que recibía el auto de Palo Alto sin que nadie reaccionara, reafirmaba y multiplicaba esa idea, hasta que la escalada se volvió incontenible, desembocando en una violencia irracional.
En 1982, en trabajo publicado en The Atlantic Monthly por los profesores James Q. Wilson y George L. Kelling, - quien luego asesorará sobre estos temas en Nueva York, Boston y Los Angeles-, nace la denominada “Teoría de las ventanas rotas”. Por ella se concluye que, desde un punto de vista criminológico, el delito es mayor en aquellas zonas donde la suciedad y el desorden son mayores. De ahí se afirma que “si se rompe el vidrio de una ventana en un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás vidrios.”
Se demostró que si se cometen pequeñas faltas (estacionarse en un lugar prohibido, pasar una luz roja o tirar basura a la calle) y estas no son sancionadas, el delito no tardará en llegar. Del mismo modo que si se permiten actitudes violentas en los niños se generará cada vez mayor violencia en la familia y en la sociedad. Si los parques, plazas y espacios públicos, por omisión de las autoridades, caen en el abandono, la gente deja de concurrir y las patotas, los delincuentes y vagabundos terminan adueñándose de ellos. La teoría de las ventanas rotas se aplicó por primera vez a mediados de los 80, en el Metro de Nueva York, por entonces un lugar sucio y peligroso. Limpiando el lugar y reprimiendo a los ladrones los buenos resultados no se hicieron esperar. ¿La conclusión? Si se combaten faltas y delitos leves se evita el desarrollo de una mentalidad patológica que conduce fatalmente a un delito mayor. En 1994, al llegar Rudolph Giuliani a la alcaldía de Nueva York, tomó la teoría de las ventanas rotas e impulsó la política de “Tolerancia cero”, esto es, combatir con especial énfasis todos los delitos, aun los considerados leves. Ello condujo al abatimiento de todos los índices delictivos.
Estas son las experiencias que debemos considerar al elaborar una policía nacional de seguridad. Es responsabilidad del gobierno poner fin a la permisividad de un sistema que ha fracasado. Porque cuando se pierde el respeto a las instituciones y aumentan la sensación de impunidad y la desconfianza, la calidad de la vida social se tambalea. Por eso crece el justo reclamo de la gente por más protección personal y seguridad pública. Sin eso la convivencia es imposible.
Resultará estéril discutir la severidad de las penas aplicables a los menores delincuentes, la edad de imputabilidad o la conservación de sus antecedentes, si estos salen a su antojo de los establecimientos del INAU. Tampoco será suficiente para mejorar la seguridad pública transferir cientos de cargos de soldados hacia el ministerio del interior, como lo propusimos desde esta misma página el 18 de noviembre de 2005, y ahora se concretará, gracias a la insistencia del senador Jorge Larrañaga. Desde luego que todo ello, sumado a otras iniciativas y decisiones, es más que necesario pues, como en todos los grandes temas nacionales, se requiere de un complejo conjunto de medidas para lograr el éxito y no olvidemos que identificarlas, aprobarlas, articularlas y concretarlas, es ineludible responsabilidad de los gobernantes. Es habitual escuchar propuestas parciales sobre el tema de la delincuencia. Pero falta un enfoque global en materia de seguridad pública, que sea compartido e impulsado por todos los partidos políticos, pues a todos les concierne. Elaborado, además, no solo con realismo y sentido común sino también con la participación de los tres poderes del Estado,- legislativo, judicial y ejecutivo-, pues de los tres se requiere, sin duda, un mejor esfuerzo. Y es fundamental, desde el inicio, dar a conocer claramente los principios y criterios, los parámetros que orientan la acción del gobierno y que permiten evaluar las medidas que se procura poner en obra. Esa definición política es el punto de partida esencial y para elaborarla es bueno considerar estudios y experiencias de otros países.
En 1969, en la universidad de Stanford, el profesor Phillip Zimbardo, -también autor de El efecto Lucifer -, estudiando aspectos relativos a la psicología social y la conducta criminal, realizó una prueba de campo. Dejó dos autos absolutamente idénticos abandonados en diferentes ciudades: uno en el empobrecido Bronx de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona pudiente de California. Como era de esperar el auto abandonado en el Bronx fue inmediatamente canibalizado por los vándalos; en cambio su gemelo de Palo Alto se mantuvo intacto. Sin embargo quienes realizaron el experimento no se quedaron con la explicación obvia de atribuir a la pobreza la causa del delito. A la semana de estar el auto de Palo Alto en la calle, impecable, los investigadores le rompieron deliberadamente un vidrio: de inmediato se desató el mismo proceso de destrucción que se había vivido en el Bronx. Esto puso de manifiesto que existían otras causas más allá de la pobreza, causas que tienen que ver con la psicología humana y con las relaciones y situaciones sociales. Una ventana rota en un auto abandonado transmite una idea de despreocupación que gradualmente altera los códigos de convivencia y da una sensación de falta de autoridad, de vale todo. Cada nuevo ataque que recibía el auto de Palo Alto sin que nadie reaccionara, reafirmaba y multiplicaba esa idea, hasta que la escalada se volvió incontenible, desembocando en una violencia irracional.
En 1982, en trabajo publicado en The Atlantic Monthly por los profesores James Q. Wilson y George L. Kelling, - quien luego asesorará sobre estos temas en Nueva York, Boston y Los Angeles-, nace la denominada “Teoría de las ventanas rotas”. Por ella se concluye que, desde un punto de vista criminológico, el delito es mayor en aquellas zonas donde la suciedad y el desorden son mayores. De ahí se afirma que “si se rompe el vidrio de una ventana en un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás vidrios.”
Se demostró que si se cometen pequeñas faltas (estacionarse en un lugar prohibido, pasar una luz roja o tirar basura a la calle) y estas no son sancionadas, el delito no tardará en llegar. Del mismo modo que si se permiten actitudes violentas en los niños se generará cada vez mayor violencia en la familia y en la sociedad. Si los parques, plazas y espacios públicos, por omisión de las autoridades, caen en el abandono, la gente deja de concurrir y las patotas, los delincuentes y vagabundos terminan adueñándose de ellos. La teoría de las ventanas rotas se aplicó por primera vez a mediados de los 80, en el Metro de Nueva York, por entonces un lugar sucio y peligroso. Limpiando el lugar y reprimiendo a los ladrones los buenos resultados no se hicieron esperar. ¿La conclusión? Si se combaten faltas y delitos leves se evita el desarrollo de una mentalidad patológica que conduce fatalmente a un delito mayor. En 1994, al llegar Rudolph Giuliani a la alcaldía de Nueva York, tomó la teoría de las ventanas rotas e impulsó la política de “Tolerancia cero”, esto es, combatir con especial énfasis todos los delitos, aun los considerados leves. Ello condujo al abatimiento de todos los índices delictivos.
Estas son las experiencias que debemos considerar al elaborar una policía nacional de seguridad. Es responsabilidad del gobierno poner fin a la permisividad de un sistema que ha fracasado. Porque cuando se pierde el respeto a las instituciones y aumentan la sensación de impunidad y la desconfianza, la calidad de la vida social se tambalea. Por eso crece el justo reclamo de la gente por más protección personal y seguridad pública. Sin eso la convivencia es imposible.
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