NO ESTAMOS BIEN

Dr. Eduardo Héguy Terra

Me cuesta mucho imaginar cómo serán los diálogos políticos entre el presidente José Mujica y la senadora Lucía Topolanski, o cuáles serán sus reflexiones al recordar el pasado lejano y la extraña peripecia del destino que los condujo desde la violencia y la cárcel hasta el ejercicio del poder y las más altas magistraturas republicanas. Me cuesta menos, en cambio, imaginarme sus puntos de vista sobre la realidad del país. Son personas bien informadas. Y más allá de la adulación que inexorablemente rodea a los que mandan, quiero creer que tienen la suficiente lucidez para ver las sombras que perduran pese a una bonanza económica sin precedentes, así como sensibilidad para conmoverse con contrastes sociales que lastiman. Porque, pese a lo que dicen algunas cifras, no estamos bien. Hay todavía demasiados uruguayos que apenas sobreviven ante dificultades que los agobian.
Las carencias en materia de vivienda digna, son evidentes. Muchas veces hemos escrito que no deberían hacerse grandes obras públicas hasta que el último de los orientales sin techo pueda “ver llover de adentro”, como expresó alguna vez, con conmovedora elocuencia, un niño cuya afortunada familia recibió una vivienda del MEVIR, esa formidable institución hacedora de hogares a lo largo y a lo ancho de nuestra patria. Cuántas veces hemos planteado, desde la modestia de nuestras columnas, que se tome su extraordinario ejemplo, plasmado en miles de viviendas y, con su misma metodología y eficiencia, fructifiquen muchos mevires urbanos, tantos como sean necesarios. No es necesario inventar lo que ya está inventado. Hace falta poner voluntad política, recursos suficientes y manos a la obra.
El contraste entre la limpieza de varias ciudades del interior, que muestran que la higiene es posible, y la impresionante mugre de Montevideo, con su absurdo sistema –informal y privado, pero barato- de recolección en base a carritos tirados por caballos y conducidos por niños y adolescentes, de familias enteras hurgando en la basura. El fracaso del sistema es tan evidente y notorio que cuesta pensar en la sensatez de quienes lo han promovido y toleran. No se trata solo de que no se respeta a los ciudadanos, a los vecinos que pagan sus impuestos y tienen derecho a recibir servicios de calidad, sino de que los funcionarios municipales, incluidos los jerarcas, ganan importantes sueldos y deben responder con una elemental consideración a la población que los mantiene y con el desempeño de sus trabajos de manera responsable. Además, si la basura en las grandes ciudades constituye un buen negocio para quienes la manejan, por qué en la capital del país no se llama a licitación internacional para que empresas privadas – como la que atiende con éxito esta tarea en Maldonado – puedan solucionarnos un problema intolerable, que ha desbordado ya la disminuida capacidad de gestión de las autoridades.
La seguridad tampoco está bien. Todos sabemos del fracaso del sistema penitenciario, de la insuficiencia de las cárceles y del hacinamiento de los reclusos, de la imposibilidad de recuperación de los penados en las actuales condiciones, de los altos niveles de reincidencia, de la falta de calificación del personal, de la inseguridad en las cárceles, de la participación de menores en la actividad delictiva, cada vez mas violenta, y del avance de la droga en nuestra sociedad. El poder judicial y la legislación penal, -como ha quedado en evidencia con el Pelón, el triple homicida-, no llevan la mejor parte. Con demasiada frecuencia la impotencia de las autoridades solo atina a liberar anticipadamente a los reclusos no rehabilitados, por distintas vías y procedimientos. Las rejas, los perros guardianes y las empresas de seguridad, con casi diez mil empleados, se multiplican. El temor y el malestar de la población son evidentes. Sus reclamos merecen ser atendidos. Es calidad de vida. Porque no estamos bien.
Qué decir de las relaciones colectivas de trabajo. Los empresarios sienten que la cancha está flechada en su contra. No encuentran en el ministerio de Trabajo un ámbito equilibrado de mediación. Es dos contra uno. Hay sindicatos que han perdido la brújula y se lanzan al conflicto con brutal ferocidad, sin agotar necesarias instancias de diálogo. No se quiere derogar el decreto que permite – y hasta alienta – la ocupación de empresas, siempre que estas sean privadas, como si la ocupación fuera una prolongación del derecho de huelga y no, como es, una clara violación al derecho de propiedad y al derecho al trabajo de quienes no compartan las medidas de lucha. Así lo ha dicho la OIT. No, no estamos bien.
Y la tremenda crisis de la educación pública. Vale la pena reiterarlo: es urgente mejorar el nivel de los docentes y adoptar medidas que impliquen un cambio profundo en el sistema, con mayores exigencias, porque de lo contrario el país del futuro estará dramáticamente por debajo del que queremos y merecemos.
Y un largo etcétera de problemas sin resolver, en las fuerzas armadas, en la salud, el déficit del comercio exterior, una deuda externa en incesante aumento, la postergada reforma del estado, la crisis de la familia, las cifras del BPS y el estancamiento de la población. Por todo ello, siento que no estamos bien. Podemos estar mejor. O peor.

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