QUE NUNCA FALTEN

Eduardo Heguy Terra


En el siglo XIX y buena parte del siglo XX los medios de comunicacion tenían contenidos mayoritariamente periodísticos. Las opiniones primero y mas tarde las noticias constituían el centro de sus ediciones. Paulatinamente, con el avance de los medios audiovisuales, el entretenimiento comenzó a ganar espacios. Las noticias fueron así cediendo terreno. Además, en las postrimerías del siglo XX y con mucha fuerza en lo que va del siglo XXI, por influencia de la televisión, la forma de dar las noticias adquiere características más propias de un espectáculo que de un informativo clásico. En rigor, pues, lo periodistico se ha debilitado en un doble sentido; primero, en cuanto al espacio o al tiempo que se le dedica en los medios masivos a la noticia, a la información, al comentario, al análisis y a la opinión; pero también en su contenido, sufriendo transformaciones que de manera evidente privilegian el entretenimiento antes que el rigor informativo o la profundidad del análisis. Esta evolución,- ¿hace falta decirlo?-, no es positiva de cara a la principal función social de los medios de comunicación.

Se llega entonces a un estado de cosas preocupante. Así, en presencia de hechos que conmueven a la opinión publica y que son complejos, como los grandes temas nacionales, es dable observar una gran carencia de análisis y de comentarios editoriales independientes, imparciales y bien fundados, que contextualicen las noticias y ayuden a su mas cabal comprensión. Un ejemplo de ello son los mal entendidos del “nunca mas” del presidente Tabare Vázquez. Y ello es así, en mi opinión, debido a que, cada vez mas, la inmensa mayoría de la gente, lejos de valerse de la complementariedad de la prensa, la radio y la televisión, se entera solo a través de los informativos centrales de los canales. Y estos, como es notorio, por su propia característica, privilegian la imagen y le dispensan muy poco tiempo a cada noticia y casi ninguno a explicarla.

Esta importante tarea periodística de análisis, interpretación y reflexión, ha quedado en manos, casi exclusivamente, de los medios escritos, que, unos mejor que otros, lo encaran mediante editoriales, columnas y entrevistas. Aunque también aportan lo suyo, justo es decirlo, algunas audiciones radiales. En televisión, en cambio, hay mucho menos programas periodísticos de los que quisiéramos. Ojala vuelvan, en calidad y en cantidad. Ojala se multipliquen las entrevistas en profundidad y se amplíen los por ahora tímidos intentos de dotar de mas contenido analítico a los extensos informativos. Y ojala se equivoquen quienes auguran el ocaso de los medios escritos. Que nunca falten. Sea en sus ediciones de papel, aun las gratuitas, sea en sus ediciones digitales, como la de El Observador. En algunos países emergentes, como China e India, las ventas de diarios e ingresos por publicidad han subido en el 2006, según informo hace unos días la Asociación Mundial de Periódicos. Es una buena noticia, porque en los medios escritos sigue estando,- cierto que sin las grandes audiencias de Gran Hermano y muchas veces conviviendo con la mala prensa, dogmática y sectaria-, el reducto de los buenos criterios periodísticos, orientados a informar la verdad de lo que pasa, actuar profesionalmente, analizar lealmente y opinar con imparcialidad y buena fe. Que son los criterios que hacen posible la comprensión de los grandes problemas al mayor número de personas, que es la esencia misma de la responsabilidad social de los medios de comunicación social. Aquí y en todas partes.

De que otra manera seria posible que la comunidad entendiera los alcances de una crisis bancaria, las proyecciones del conflicto de Botnia, la importancia de un TLC, los pro y contra de la reforma tributaria, las causas de la pobreza de la mitad de los menores uruguayos y la imperiosa necesidad de terminar con los discursos y las declaraciones para poner en obra, como verdadera causa nacional, las buenas intenciones; o la necesidad de construir mas cárceles, como primer e imprescindible paso para recuperar el frustrante sistema penitenciario uruguayo; o la barbaridad que es liberar anticipadamente delincuentes, arrepentidos o no, rehabilitados o no; o la exigencia ética de rechazar una visión hemipléjica de los derechos humanos, qué responde a una manipulación política de sus alcances. O la capital importancia de la plena vigencia de la libertad de prensa y del derecho a la información, derechos humanos fundamentales para la cabal existencia de una autentica democracia. Porque todo ello es posible de explicar y de entender, pero solo y cuando existan, además de libertad, convicción y valores en la conducción de los medios, capacidad y talento en la ejecución de sus cometidos periodísticos. Por eso, que nunca falten.

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