LOS MENORES Y LA TELEVISION
La influencia de la televisión sobre los valores, las costumbres y la cultura de un pueblo constituye uno de los temas más importantes de la comunicación social. En ese contexto, existe una creciente preocupación por la enorme influencia de la televisión sobre los menores. El tema de fijar los límites a la programación que emiten los canales es parte fundamental de este análisis tan necesario como ineludible. Los padres lo saben. Las autoridades públicas lo saben. Los medios de comunicación lo reconocen. En esta materia, como en tantas otras que hacen a la convivencia civilizada, la responsabilidad de las conductas es compartida.
Los fundamentos científicos de esta preocupación y de la necesidad de controles,
-empezando por los que deben ejercer los padres sobre lo que ven sus hijos-,
de auto regulaciones y normativas, se encuentran en una extensa y calificada bibliografía médica. Parte de ella lo constituye el libro, de reciente publicación, “Todo sobre su hijo”, de la doctora Natalia Trenchi, especialista y docente en psiquiatría de niños y adolescentes. En este trabajo, ante el consumo creciente de televisión, Internet y videojuegos, la gran variedad de opciones y de horarios a partir de la televisión por cable, se reconoce que estas tecnologías son una formidable herramienta, que puede usarse bien o mal, dependiendo del grado de preparación y de los valores de cada persona. Pero se concluye que el mal uso de los medios por la población infantil está muy extendido. Y que ello sucede ante la pasividad cuando no el consentimiento de muchos adultos. Esta es la trascendencia del asunto que nos convoca, pues tiene directa incidencia en el desarrollo cognitivo y emocional de nuestros niños.
Como es lógico, a mayor abandono formativo del menor, mayor influencia de los medios. Pero es general el impacto de lo que se ve sobre el aprendizaje. Así, se ha comprobado el incremento de comportamientos agresivos y violentos, el consumo de alcohol y tabaco y el inicio adelantado de la actividad sexual, asociado a una peligrosísima pérdida de sensibilidad ante la violencia. Ante todo esto ¿alguien puede dudar de la necesidad de proteger a nuestros niños?
Habida cuenta que el promedio que los menores están frente al televisor supera las tres horas diarias, a los especialistas también les importa todo lo que estos dejan de hacer durante ese tiempo: charlas, juegos, reuniones y discusiones familiares, fundamentales para la formación. Prender el televisor, dice Trenchi, puede apagar el proceso que transforma a los niños en personas. Hay otros efectos negativos relacionados con la propia naturaleza del fenómeno televisivo. Puede afectar una función mental tan esencial como la capacidad de mantener la atención, lo que, como se comprenderá, es fundamental para aprender. De hecho, y esto es lo grave, se ha comprobado que esa capacidad ha ido disminuyendo en las últimas décadas.
Los medios de comunicación no han sido insensibles a esta problemática. Así lo demuestran los numerosos códigos y declaraciones de principios de autorregulación ética, uno de los cuales es el de Andebu, aprobado en 1992, en cuya redacción participe con el doctor Héctor O. Amengual, director general de la Asociación Internacional de Radiodifusión (AIR). Allí se establece, con claridad, que deben evitarse emisiones meramente sensacionalistas o tendientes a satisfacer intereses libidinosos o la curiosidad morbosa, porque la radiodifusión debe promover los valores culturales y la educación moral de los ciudadanos. En lo que hace al entretenimiento, la televisión ha de observar “un cuidadoso respeto a la moral y a las buenas costumbres”. En los programas que tratan de la sexualidad “deberá evitarse la obscenidad en cualquiera de sus formas y cualquier tipo de perversión.” Similar cuidado se reclama para el tratamiento de la violencia o el uso de drogas. Y en cuanto al horario de protección al menor, cuyas permanentes transgresiones tanto dan que hablar, se establece que “las emisoras cuidaran especialmente sus avances promocionales o sinopsis de programas y películas, evitando que las mismas presenten sonidos o imágenes inadecuadas para el publico infantil.”
Recordemos que la vigilancia del cumplimiento de estos principios, libremente aceptados, compete a los propios radiodifusores. Pero insistamos, enfáticamente, en que la responsabilidad primaria, indelegable y central, en todos estos temas, es de los padres y adultos a cargo de la adecuada formación de los menores. A ellos corresponde cambiar de canal. O apagar el televisor. O la computadora. Y explicar por que. Pero con eso no alcanza. No tenemos que conformarnos con el derecho a defendernos de la contaminación ética de las pantallas. También tenemos derecho a que los contenidos de los medios de comunicacion, públicos y privados, además de informar y entretener, promuevan talentos, virtudes y valores.
Los fundamentos científicos de esta preocupación y de la necesidad de controles,
-empezando por los que deben ejercer los padres sobre lo que ven sus hijos-,
de auto regulaciones y normativas, se encuentran en una extensa y calificada bibliografía médica. Parte de ella lo constituye el libro, de reciente publicación, “Todo sobre su hijo”, de la doctora Natalia Trenchi, especialista y docente en psiquiatría de niños y adolescentes. En este trabajo, ante el consumo creciente de televisión, Internet y videojuegos, la gran variedad de opciones y de horarios a partir de la televisión por cable, se reconoce que estas tecnologías son una formidable herramienta, que puede usarse bien o mal, dependiendo del grado de preparación y de los valores de cada persona. Pero se concluye que el mal uso de los medios por la población infantil está muy extendido. Y que ello sucede ante la pasividad cuando no el consentimiento de muchos adultos. Esta es la trascendencia del asunto que nos convoca, pues tiene directa incidencia en el desarrollo cognitivo y emocional de nuestros niños.
Como es lógico, a mayor abandono formativo del menor, mayor influencia de los medios. Pero es general el impacto de lo que se ve sobre el aprendizaje. Así, se ha comprobado el incremento de comportamientos agresivos y violentos, el consumo de alcohol y tabaco y el inicio adelantado de la actividad sexual, asociado a una peligrosísima pérdida de sensibilidad ante la violencia. Ante todo esto ¿alguien puede dudar de la necesidad de proteger a nuestros niños?
Habida cuenta que el promedio que los menores están frente al televisor supera las tres horas diarias, a los especialistas también les importa todo lo que estos dejan de hacer durante ese tiempo: charlas, juegos, reuniones y discusiones familiares, fundamentales para la formación. Prender el televisor, dice Trenchi, puede apagar el proceso que transforma a los niños en personas. Hay otros efectos negativos relacionados con la propia naturaleza del fenómeno televisivo. Puede afectar una función mental tan esencial como la capacidad de mantener la atención, lo que, como se comprenderá, es fundamental para aprender. De hecho, y esto es lo grave, se ha comprobado que esa capacidad ha ido disminuyendo en las últimas décadas.
Los medios de comunicación no han sido insensibles a esta problemática. Así lo demuestran los numerosos códigos y declaraciones de principios de autorregulación ética, uno de los cuales es el de Andebu, aprobado en 1992, en cuya redacción participe con el doctor Héctor O. Amengual, director general de la Asociación Internacional de Radiodifusión (AIR). Allí se establece, con claridad, que deben evitarse emisiones meramente sensacionalistas o tendientes a satisfacer intereses libidinosos o la curiosidad morbosa, porque la radiodifusión debe promover los valores culturales y la educación moral de los ciudadanos. En lo que hace al entretenimiento, la televisión ha de observar “un cuidadoso respeto a la moral y a las buenas costumbres”. En los programas que tratan de la sexualidad “deberá evitarse la obscenidad en cualquiera de sus formas y cualquier tipo de perversión.” Similar cuidado se reclama para el tratamiento de la violencia o el uso de drogas. Y en cuanto al horario de protección al menor, cuyas permanentes transgresiones tanto dan que hablar, se establece que “las emisoras cuidaran especialmente sus avances promocionales o sinopsis de programas y películas, evitando que las mismas presenten sonidos o imágenes inadecuadas para el publico infantil.”
Recordemos que la vigilancia del cumplimiento de estos principios, libremente aceptados, compete a los propios radiodifusores. Pero insistamos, enfáticamente, en que la responsabilidad primaria, indelegable y central, en todos estos temas, es de los padres y adultos a cargo de la adecuada formación de los menores. A ellos corresponde cambiar de canal. O apagar el televisor. O la computadora. Y explicar por que. Pero con eso no alcanza. No tenemos que conformarnos con el derecho a defendernos de la contaminación ética de las pantallas. También tenemos derecho a que los contenidos de los medios de comunicacion, públicos y privados, además de informar y entretener, promuevan talentos, virtudes y valores.
Comentarios