LA VIGENCIA DEL PERIODISMO ESCRITO

El buen periodismo escrito es, en mi opinión, el que mejor representa los parámetros clásicos de búsqueda de la verdad, vocación por informar en forma clara y sin concesiones, celosa independencia del poder político y fuerte conciencia de la trascendencia de su responsabilidad social de contralor del gobierno y del Estado. Sin embargo, en todo el mundo, aunque con distinta intensidad y características, las publicaciones periódicas, ya sean diarias, semanales o mensuales, han venido retrocediendo, perdiendo lectores y resignando buena parte del mercado publicitario ante el empuje creciente de los medios audiovisuales y de las nuevas tecnologías. Pero aun así, en plena modernidad, el periodismo escrito continúa siendo la referencia obligada, plenamente vigente, del buen periodismo; y, especialmente, de los de opinión y de investigación. El periodismo escrito es diferente al radiofónico o audiovisual. Y eso se nota, con bastante claridad, en las características profesionales de los periodistas formados en una u otra escuela. El trabajo en la redacción de un periódico, es una experiencia muy exigente, pero enriquecedora e inolvidable para quienes la han vivido con vocación, entrega y generosidad. Por eso no debe sorprender que la novela Millennium, escrita por el periodista sueco Stieg Larsson, -considerada por muchos como la mejor novela negra de la década -, tuviera como principal escenario de sus tres tomos la redacción de una revista mensual de ese nombre, o de que sea llevada al cine. Los medios de comunicación siempre han tenido un singular atractivo. Desde El ciudadano Kane de Orson Welles, inspirada en la vida de William R. Hearst, hasta Buenas Noches y buena suerte, de George Clooney, sobre la vida del locutor y periodista Edward Murrow, lo hemos visto numerosas veces reflejado en la pantalla grande. En este caso, Stieg Larsson, quien falleció en el 2004, a los cincuenta años, de un ataque al corazón, fue reportero de guerra y autor de varios libros de investigación periodística sobre las conexiones entre grupos de derecha y el poder político, aporta toda su experiencia en Millennium. La novela, que ha significado un verdadero fenómeno editorial en más de 40 países, es un libro en el que están presentes muchas de las principales cuestiones profesionales que hacen a la esencia del buen periodismo de todos los tiempos. Vale la pena leerlo. Sus más de dos mil páginas dan la oportunidad de adentrarse en las complejidades y exigencias de la prensa independiente en Suecia, un país que también comienza a sentir la presión de los cambios que jaquean a los medios escritos. Hace unos días, al leer una entrevista a Eduardo Navia publicada en Búsqueda, no pude menos que coincidir con él. Con total lucidez a sus 81 años, con una experiencia enriquecida en su paso por diarios, agencia de noticias y televisión, Navia señala que el cierre de numerosos periódicos lleva a plantearnos si el periodismo escrito no desaparecerá. Navia no lo cree y yo tampoco. Cambiará el soporte físico, pero no la esencia, que debemos preservar en la era digital. Pero es verdad, como él lo expresa,- después de afirmar que hoy se escribe mucho peor que antes-, que “el público uruguayo ha perdido la costumbre de leer e informarse”, no obstante lo cual, el periodismo escrito es y seguirá siendo el que marca la agenda informativa en el Uruguay. En este contexto, es también digno de subrayar el extraordinario aporte que realizan numerosos periodistas uruguayos a través de la publicación de libros de especial interés y relevancia. Veamos algunos ejemplos de estos singulares escritores, que cultivan tanto el periodismo como la buena escritura y que siguen la magnífica tradición de Juan Zorrilla de San Martin, Francisco Bauzá, José Enrique Rodó, Gabriel Garcia Márquez o Mario Vargas Llosa. Pensamos en Raúl Blengio Brito y su libro El último hombre. En Alfonso Lessa, hoy gerente de noticias de Canal 12, y sus obras Estado de Guerra y La revolución imposible. En Tomás Linn, destacado columnista y sus libros Pasión, rigor y libertad y Los nabos de siempre, que denuncia los abusos sobre los ciudadanos cumplidores. En Claudio Paolillo y Con los días contados y La cacería del caballero. En Antonio Mercader y Los Tupamaros, estrategia y acción. En Ruben Loza Aguerrebere, y sus diálogos en Palabras abiertas. En Leonardo Haberkorn, con Historias tupamaras y Milicos y tupas. En Diego Fischer y Que tupé o Al encuentro de las tres Marías, ambos llevados al teatro. En César di Candia y Resbalones y caídas. En Lincoln Maiztegui Casas, periodista y destacado historiador, y sus libros Orientales, una historia política del Uruguay en varios tomos, y Caudillos, unas breves sí que interesantes biografías. Y, finalmente, para completar una nómina ejemplar que, pese a su excelencia, no agota las magníficas contribuciones de muchos periodistas uruguayos al acervo cultural de la Nación, recordamos a Eduardo Espina y su trabajo sobre Herrera y Reissig. Todo esto hace, por cierto, a la mejor tradición, dignidad y plena vigencia del periodismo escrito nacional. Al que todos debemos conocer, valorar, respetar y preservar.

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