PALOS AL MENSAJERO

La conocida estrategia de algunos relevantes miembros del gobierno en relación con los medios de comunicación masiva, a los que todo poder político aspira a influir o controlar, tiene un alto componente de coacción verbal. En efecto, prácticamente todas las semanas se cuestiona alguna cobertura periodística sobre la caótica situación de la enseñanza o con el desastre en que han caído la seguridad pública y el sistema penitenciario nacional. Claro, preferirían que no se supieran algunas cosas. Las críticas a la prensa llegaron a extremos tales que el diputado Javier García, del Partido Nacional, y columnista del diario El País, se preguntaba, con certera ironía, si el gobierno no pretendería que todos los medios se convirtieran en oficialistas. La coacción verbal suele ser muy eficaz. Especialmente cuando proviene del presidente de la república o de la primera senadora del partido de gobierno. A nadie le gusta verse señalado severamente desde el poder. Las presiones no le gustan al periodista, que es la parte más débil y vulnerable de estas experiencias, pero, como se comprenderá, tampoco le gustan al medio de comunicación que se convierte en blanco de los ataques de importantes figuras del gobierno. Debemos entonces concluir que, para ejercer la función periodística con un mínimo de dignidad e independencia, se requieren, tanto en los periodistas como en los directivos y los empresarios de la comunicación, de ciertas cualidades personales de las cuales el carácter, la integridad y los principios no pueden ser ajenos. No es tarea fácil la de informar con apego a la verdad sobre realidades tan negativas como las que viven la enseñanza, la salud y la seguridad. Y menos aún cuando en esos casos no puede omitirse una referencia a la lamentable gestión de sus responsables políticos, muy poco proclives a reconocerlo y asumirlo. De renunciar nadie habla. En nuestro país, debe reconocerse, no se dan formas tan explícitas de censura y hostigamiento a la prensa como las que se producen en Venezuela, Argentina, Bolivia o Ecuador. Sin embargo, es inocultable que existe una cierta manifestación patológica de las presiones. La coacción puede cosechar silencios. Siempre existe el riesgo de un manejo político de la publicidad oficial. Esa enfermedad, silenciosa y terrible, es la autocensura. Tanto del periodista como del medio de comunicación. Nadie puede controlar la llamada que no se hace, el dato que no se revela, la información que no se comparte o el enfoque que se oculta, mutila o disimula para no despertar las iras de la autoridad involucrada. Ninguna empresa de comunicación es invulnerable al poder y menos lo es cada periodista, considerado individualmente, respecto a su fuente de trabajo, sustento para él y su familia. No es fácil. Algunos lo han pagado con el “exilio” periodístico, durante años. Es duro. Y, nos guste o no, lo queramos o no, lo advirtamos o no, bajo la presión constante del poder la comunicación pública pierde transparencia y el buen periodismo, tan necesario para la democracia, disminuye su calidad y se degrada casi imperceptiblemente. Debemos llamar a resistir los “palos” al mensajero. Difícil es lograrlo. Y, pese a quien pese, perseverar en el esfuerzo. En esto de la buena comunicación, de la búsqueda permanente de la verdad y de la excelencia periodística ¿nuestros medios no tienen nada para mejorar? Por supuesto que la prensa puede y debe cambiar algunas cosas y mejorar otras. No siempre la cobertura informativa es satisfactoria. Podemos señalar, por ejemplo, la cobertura de la actividad parlamentaria, con frecuencia convertida en una colcha de retazos, editada con reproducciones muy parciales y hasta arbitrarias de las intervenciones de los diferentes sectores allí representados. Muy especialmente ello ocurre con las declaraciones de dirigentes de la oposición, que dejan un sabor a poco, - especialmente comparadas con la sobre exposición presidencial -, y que hasta varían en su contenido de un canal informativo a otro, según el particular criterio de selección de cada medio o, lo que es peor, debido a la falta de un criterio. Es frecuente que se cumpla con automatismo con un tiempo o espacio mínimo requerido para cada nota, aun a costa de la información cabal y completa de los hechos en cuestión. Ha sucedido, para señalar otro ejemplo, que los testimonios de un incidente ocurrido en la vía pública sean recogidos en forma parcial por dos informativos de televisión, y se de la sensación de culpabilidad en un canal y de inocencia en otro, según sea el único testigo elegido por cada medio. En ocasión de los motines en el COMCAR y en la cárcel de mujeres, y mientras estos sucedían, los medios divulgaron entrevistas y declaraciones de presos y de sus familiares. Se trata de una práctica que merece ser analizada cuidadosamente. Es evidente que la presencia de los medios en el lugar de los disturbios es buscada por quienes los promueven. Y que ello genera consecuencias. Se debe actuar con extrema responsabilidad y suma prudencia. La prensa no debe ser utilizada, en ningún caso y por nadie, como nafta en la hoguera del descontento criminal. La autocrítica ética, siempre necesaria, es saludable. Aunque duela.

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