ARZOBISPO STURLA: EL SENTIDO DE LA VIDA

Dr. EDUARDO HEGUY TERRA

Desde que trascendió que el papa Francisco había designado al obispo auxiliar Daniel Sturla como nuevo arzobispo de Montevideo, en sustitución de Nicolás Cotugno, la comunidad católica uruguaya comenzó a manifestarse con  renovado entusiasmo. Y con mucha esperanza en los tiempos que vendrán.
El arzobispo Sturla, como sus dos antecesores inmediatos en el arzobispado, integra la orden de los salesianos, fundada en 1859 por Don Bosco, inspirado en otro Francisco, san Francisco de Sales, obispo de Ginebra. Es conocida la vocación de servicio hacia la juventud de los salesianos, de la que son ejemplo los talleres de don Bosco y el instituto preuniversitario Juan XXIII. Daniel Sturla, quien además es profesor de Historia de la Iglesia, se desempeñó como consejero en el primero y fue director por seis años del segundo. También estuvo vinculado al movimiento Castores y, en 1981, a la fundación del Movimiento Tacurú; hecho que nos permite evocar la figura del sacerdote Mateo Méndez, otro salesiano comprometido con los jóvenes y los caminos de trabajo educativo, en la convicción de que el trabajo que eduque en valores y en solidaridad es herramienta útil que ayuda a vivir con dignidad. 
El recién designado como séptimo arzobispo de Montevideo – el mayor honor y la más alta responsabilidad en la jerarquía de la iglesia desde el fallecimiento en 1979 de Antonio Maria Barbieri, el único cardenal  uruguayo hasta el momento- exhibe también, a sus 54 años, una trayectoria que le aporta una buena experiencia en la conducción de los asuntos eclesiales. Como ya hemos dicho Daniel Sturla al momento de su designación como arzobispo, se  desempeñaba como obispo auxiliar de Montevideo; pero también fue inspector Salesiano para el Uruguay, presidente de la Conferencia de Religiosos y Religiosas del Uruguay y  delegado suplente al Consejo Episcopal Latinoamericano. 
En alguna de las muchas entrevistas que le han realizado estos días, el arzobispo Sturla se refirió, entre otros, a dos temas que nos importa mucho subrayar.
El primero hace a la esencia de la fe cristiana: nosotros los cristianos, dijo, “creemos que Dios realmente está presente en el día a día de nuestra vida.” Y agregó, tal vez pensando en las responsabilidades que tiene por delante, “el centro de la vida de un sacerdote tiene que ver con la relación con Dios y la confianza en que El actúa, no es espectador.” Por ello la fe cristiana es el mayor tesoro espiritual y la mayor alegría. La fe es lo que “da sentido a la vida”, afirmo. Lo sentimos así. Por eso, dice Sturla, “ver que mucha gente se aleja de la Iglesia, es un dolor enorme.” 
Ello se debe, afirma el arzobispo de Montevideo, a que la iglesia uruguaya tiene un  problema de comunicación: a las grandes verdades del Evangelio la iglesia hoy no es capaz de comunicarlas “con la fuerza necesaria para entusiasmar a la gente.” Ese es el impulso renovador que le aporta a la iglesia la vigorosa actitud evangelizadora del papa Francisco. Desde la sencillez, desde la proximidad a la gente, desde el afecto. Como en su tiempo el papa Juan Pablo II le aporto al cristianismo su enorme don de comunicador. 
Para quienes tienen a su cargo la misión evangelizadora el poder comunicar adecuadamente es esencial. Pero cuando se habla de mejorar la comunicación por lo general se piensa en grandes reformas. Sin embargo, hay que empezar por lo más inmediato y sencillo. La Misa dominical, que  reúne en los distintos templos  – ¿tal vez unos doscientos en todo el país? – a decenas de miles de fieles, que constituyen el núcleo practicante, y por tanto receptivo, dispuesto a transmitir a su vez las enseñanzas del Evangelio de cada domingo. Unidos, pueden constituir una fuerza  formidable que, semana a semana, amplifique a su alrededor, en sus familias y círculos de amigos, en el ámbito laboral y social, las  enseñanzas de la Sagradas Escrituras. Semana a semana. Como piedras en el lago, produciendo ondas espirituales de alcances insospechables. Como una gran siembra de fe renovada cada siete días.
Pero claro, esto implica que los sermones sean buenos sermones. Que tengan claridad y que se atengan, sin distorsionarlo, al evangelio de cada domingo. La guía de contenidos es el evangelio de cada domingo: hay que ceñirse a él. Pero también es recomendable que las homilías no se extiendan en el tiempo más allá de lo estrictamente razonable, pues se sabe que la concentración del promedio de las personas no va más allá de unos pocos minutos. Esto lo conocen bien los comunicadores de la prensa y de la radio y sin duda también los docentes. O al menos deberían. Y por último, un tema solo en apariencia menor: poner especial cuidado en los sistemas de audio de los templos, pues muchos de ellos, más que sumar le restan a una buena comunicación. Por todo eso, por el énfasis que puso en estos temas, creo que el arzobispado de Daniel Sturla puede dotar a la comunicación de la iglesia uruguaya del vigor y la claridad y la cercanía a la gente que los tiempos requieren. Que así sea.


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