LA INDEPENDENCIA DEL PODER JUDICIAL

Dr. EDUARDO HÉGUY TERRA


El gran enemigo de la democracia es la ignorancia. Cuando decimos que en el Uruguay estamos en un Estado Social de Derecho, que se rige por la Constitución de la República y por normas legales y reglamentarias a ella sometidas, cuya organización institucional republicana se construye sobre la plena vigencia y el respeto sin claudicaciones al principio de separación de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, estamos recordando conceptos cuya importancia es evidente para quienes tienen formación jurídica, pero que son abstractos y porqué no confusos para gran parte de los ciudadanos. Por eso cuando decimos que la defensa de esos principios e instituciones son vitales para la estabilidad y la salud democrática de nuestro país, debemos tener presente que no los defenderán quienes no creen en ellos. Pero tampoco lo defenderán quienes, por ignorancia, no tienen ni idea de la importancia de todo lo que está en juego en esa defensa de las instituciones  a la que son convocados.
Sin educación cívica, la democracia se tambalea. Y de ello algunos sacan provecho, con fines siempre espurios. Por eso, ante el oportuno y acertado discurso del doctor Jorge Larrieux, en ocasión de asumir la presidencia de la Suprema Corte de Justicia, cabeza del Poder Judicial,-  poder independiente de los otros dos poderes del Estado -, es imposible no plantearse cuantos de nuestros conciudadanos comprenderán el alcance de sus palabras cuando invoca su indeclinable defensa y el respeto que se le debe.
El Poder Judicial fue atacado el año pasado. Se pretendió, con violencia, desconocer su autoridad para disponer el traslado de una magistrada, la Dra. Mariana Mota, de sede penal a sede civil.  Se pretendía, desde el malon,- ¿cuántos de ellos leyeron a Montesquieu?- otorgarle exclusividad para entender en causas relativas a presuntas violaciones a los derechos humanos ocurridos en dictadura. ¿Es que los demás jueces uruguayos carecen de capacidad o legitimidad para ocuparse de estos temas? ¿Qué se pretende lograr con la permanencia de Mota? ¿Por qué hasta la propia magistrada reacciona de la manera destemplada en que lo hace? La invasión de la sede de la Suprema Corte de Justicia, en febrero de 2013, por agresivos manifestantes, - notoriamente afines a ideologías ajenas a nuestro ordenamiento jurídico constitucional -, interrumpiendo su normal funcionamiento, es un hecho gravísimo, sin precedentes, y que debe merecer el rechazo y la condena de toda la sociedad y el repudio enérgico de todos los sectores políticos. 

El ejercicio que termina fue duro, expresó el presidente saliente de la Corte, doctor Jorge Ruibal Pino, y agregó “esperamos otro año igual o peor”, - por cierto que no es fácil pronunciarse sobre la inconstitucionalidad de las leyes aprobadas por el gobierno- “por eso a mi compañero entrante le deseo éxito y un poco de suerte”. Pero no es solamente suerte lo que necesita Larrieux para cumplir con  su responsabilidad indeclinable en la defensa de los valores que son esenciales en nuestra democracia. Necesita firmeza, claridad, respaldo, coraje, convicción. Necesita hacer docencia, explicarle a la gente lo que está en juego. No descansar nunca, no bajar la guardia, prepararse para lo peor. Cuando Larrieux refiere que los incidentes del año pasado no deben interpretarse como una pérdida de autoridad de la Corte, que ha dado sobradas muestras de independencia, pero si como indicadores de la pérdida, en ciertos sectores de la ciudadanía “de lo que representa el Poder Judicial como tutela de derechos y custodio de la Constitución y garantía de todos.” Pero es precisamente por ello que la atacan y buscan desacreditarla. Los enemigos de la Suprema Corte, los que combaten su independencia, los que intentan amedrentar a sus ministros, son los mismos que no creen en los jueces uruguayos, sino que quieren un juez “propio”, un juez “militante”, “uno de ellos”, para administrar una caricatura de justicia a la que no quieren imparcial, a la que no quieren justa, a la que no quieren independiente de su ideología. Por todo eso es que Jorge Larrieux  necesita mucho más que buena  suerte: necesita del apoyo sin condiciones de todo el sistema político y la presencia activa de la ciudadanía. Nos necesita a todos. Por eso  debemos comprender que, como bien dijo el presidente de la Corte, “la justicia independiente es un valor que no se puede adquirir como un artículo de consumo; requiere el respeto de toda la sociedad. Respeto institucional que es un hecho cultural, no solo una obligación: requiere de mucha educación.” La que al parecer no tienen quienes, desconociendo la importancia de la separación de poderes y del sistema de equilibrios, controles y balances entre ellos,- ¿o tal vez por conocerla? -, procuran “depreciar” la imagen internacional de la Corte. Por tanto, nada garantiza,  afirmo Larrieux, la independencia del Poder Judicial: podemos hablar de ella, podemos proclamarla, pero “si no estamos atentos a defenderla en cada gesto o actitud, podemos perderla y con ella al estado constitucional de derecho.” En esta lucha por los principios, los medios de comunicación tenemos mucho que aportar. Porque esa es, también, nuestra responsabilidad.

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