DEVUELVAN LO ROBADO

Dr. Eduardo Héguy Terra


Que tema el de la corrupción. Tan amplio que abarca desde la FIFA a Silvio Berlusconi, desde el ex presidente Nicolás Sarkozy a los desastres morales que angustian al Vaticano, pasando por el Watergate de Richard Nixon, los manejos financieros de la infanta Cristina y su marido, el mensalao brasilero durante el gobierno de Lula, o la fortuna de los Kirchner en la Argentina peronista y la no menor de los Castro en la Cuba dictatorial de partido único y ausencia total de libertad de prensa.
La corrupción, que es degeneración de la moral o las buenas costumbres, se identifica frecuentemente en política con el soborno, la entrega o aceptación de dinero o regalos u otros beneficios, para conseguir un trato favorable, injusto o ilegal,  del gobierno de turno. Por tanto debe entenderse por corrupto todo abuso de poder o mala praxis en el ejercicio de las funciones públicas, o privadas, que también las hay. Aunque en el poder político se da con mayor frecuencia y virulencia. Como ya lo dijo Lord Acton, historiador inglés del siglo XIX, “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.”
El político corrupto perjudica con su inmoralidad a todos aquellos que han confiado en él y a todos aquellos cuya vida depende de la honradez de quienes ocupan un lugar de mando en la sociedad. Por ello la limitación es esencial a la autoridad, y un gobierno solo es legítimo si está efectivamente limitado. Así, el poder ejecutivo debe estar controlado por un poder judicial independiente y por un poder legislativo en el cual el oficialismo no disponga de mayorías absolutas que le garanticen la impunidad por sus actos u omisiones. El control del poder del estado, incluidos los entes autónomos, las empresas públicas y los servicios descentralizados, sin excluir a las intendencias departamentales, también es responsabilidad de los partidos de la oposición, quienes actuarán con la ayuda de distintas auditorias de gestión, así como de las opiniones y recomendaciones de los órganos constitucionales como el Tribunal de Cuentas , – al que poco caso se le hace en nuestro país -, y, además, y esto es fundamental,  de la existencia de una prensa libre y plural, sustentada por medios de comunicación que no estén sometidos a chantajes o amenazas de regulación y que sean honestos e  independientes económica y administrativamente del gobierno.
Erradicar y prevenir la corrupción ha sido, a lo largo de la historia, asunto de la máxima prioridad moral, política, social e institucional. También lo es en el Uruguay de hoy. Nos va la vida en prevenir, y erradicar cuando existan, los procedimientos mafiosos, los modos de actuar inaceptables en una democracia republicana. No es tarea fácil. La corrupción huye de los controles y de la transparencia; sabe del engaño y del disimulo, adopta muchos rostros, modalidades y disfraces. Es una enfermedad ética que no discrimina edad, sexo, nivel jerárquico, condición social ni nacionalidad. No hay profesión u ocupación que este a salvo. Tampoco el periodismo, tantas veces puesto al servicio de intereses que le son ajenos, como ocurre en el futbol con frecuencia. 
Nada está a salvo; se da en un plan de viviendas del PIT-CNT, en un Plunagate, en las compras de la Armada, los abastecimientos penitenciarios o la reventa de entradas en el mundial de Brasil, tanto como en la gestión de Maduro avasallando la libertad de prensa venezolana. Lamentablemente la hemos visto en gobiernos blancos, colorados y frenteamplistas. También está presente en la falta de transparencia en la recaudación de fondos para una campaña o en el uso del poder para acomodar gente en cargos para los que no es necesaria o no está capacitada. La corrupción es astuta y está al acecho. Y si por ingenuidad o mezquinas razones políticas lo negamos, si bajamos la guardia, si impedimos que funcionen las comisiones de ética de los partidos, si hacemos más benigna la ley penal, no lograremos otra cosa que agravar el problema y allanarle el camino a los sinverguenzas. Con toda seguridad lo pagará la gente.
Lamentablemente, muchos corruptos se han salido con la suya. Se han beneficiado de su mal proceder, de su actuar indigno. Con prisión o sin ella la mayoría ha conservado el botín. A ellos se dirige la convocatoria moral del papa Francisco en declaraciones al periódico Il Messaggero: ¡devuelvan lo robado! 
La reciente imagen sollozante de Ryutaro Nonomura, político japonés acusado por no poder justificar 29 mil dólares de fondos públicos gastados en viajes, se ha convertido en noticia en las redes: y ello es porque al menos muestra tardía vergüenza y arrepentimiento. Pero no siempre es así. 

¿Hay alguna esperanza de que las cosas cambien? Resulta interesante seguir de cerca las investigaciones neurológicas de la Academia de Ciencias Sociales de China, la cual según el principal diario en inglés de Hong Kong, el South China Morning Post, considera la corrupción como un mal mental curable, ya que una zona del hemisferio cerebral izquierdo cercana a la sien puede ser la clave de esa conducta inmoral. Ojalá. Pero mientras la hipotética curación no les llega, como pide Francisco, que devuelvan lo robado. Hasta entonces no debe haber olvido, ni perdón.

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