TIÉMPO DE ELECCIONES

Dr. Eduardo Héguy Terra 


El mes que viene los uruguayos votaremos. Nos gusta votar. Nos gusta sentir que elegimos, que participamos y que, aunque no ocupemos ningún cargo parlamentario o de gobierno, también nosotros, al menos en parte, construimos nuestro destino como nación. Qué bien expresado, y con cuanta fuerza moral, en el “We the people”, con el que se inicia la Constitución de los Estados Unidos de América. Es el pensamiento republicano del general José Artigas: “mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”. Los uruguayos creemos en eso, con firme, decidida, tenaz y profunda convicción. Y cada cinco años ejercemos como soberanos. El 26 de octubre será, pues, un gran momento. La gente expresará su opinión en las urnas, mediante el voto secreto.
Hasta ahí todo es perfecto. No hay lugar a las discrepancias. Pero como también es propio de la democracia representativa nombrar representantes, las cosas se complican, pues todos aquellos que se postulan como tales, muchos de los cuales han hecho de ello su forma de vida, compiten tanto por obtener la jefatura del Poder Ejecutivo, como por ocupar un lugar de los 130 del Parlamento. Y esa competencia se da tanto con los candidatos de los otros partidos, como con postulantes de la propia fuerza política que disputan un mejor lugar en las listas al Senado y a la Cámara de Diputados. Se trata, como vemos todos los días y cada vez con mayor agresividad, de una lucha muy intensa, en medio de la cual no solo se discuten ideas, sino que se cuestiona a los hombres y su reputación. Y no siempre se actúa movidos por ideales. Pues está presente la ambición, que contamina y, en ocasiones, envilece.
Esta es la parte menos agradable de la vida política. Se juega el poder. Y es por eso que en la campaña electoral se empiezan a escuchar exageraciones, deformaciones de la verdad y hasta insultos y disparates. En ocasiones parecería necesario aclarar que la Intendenta de Montevideo no hizo la rambla, ni el parque Rodo, la plaza Independencia, 18 de julio o el estadio Centenario. Que el doctor Tabaré Vázquez no creo la forestación ni fundó el hospital Maciel, ni el Pereyra Rossell, el Clínicas, la Asociación Española, Conaprole o el puerto de Montevideo; que tampoco fue suya la idea de entregar a cada niño una laptop, por más que tiene el mérito de haberla tomado de su inventor, el norteamericano Nicolás Negroponte. A veces parecería imprescindible aclarar que José Pedro Varela no era frenteamplista y que  Danilo Astori no inventó el Banco República, ni el Central, el Hipotecario o el de Seguros, por más que se le reconozca un manejo prudente de la macroeconomía, enturbiado por el déficit fiscal, la deuda externa, la balanza comercial y el exceso del gasto público, en el momento de mayor bonanza económica que se recuerde. Y estas aclaraciones que son obvias de toda obviedad, se hacen oportunas a la luz de los excesos de la propaganda y del discurso oficialista, frutos de un nerviosismo que crece y se agrava al ritmo de las encuestas que acechan y ensombrecen su futuro en el poder. No el poder ciudadano honorario, que se ejerce por el pueblo cada cinco años, sino el poder remunerado, el de los privilegios, el de las oligarquías burocráticas, el que se disfruta todos los días y durante cinco años.
Por eso es bueno recordar quienes construyeron este Uruguay que, con sus luces y sombras, tanto queremos. No fue Raúl Sendic, que estudió en Cuba, quien fundó la ANCAP, y mucho menos la UTE o ANTEL. Tampoco es cierto que los tupamaros lucharon contra la dictadura militar; ni que los comunistas puedan atribuirse nuestra legislación laboral y social, ni siquiera el reconocimiento constitucional de la huelga como derecho gremial,-del cual tanto abusan-, pues todo ello ha sido obra de colorados y blancos en el siglo XX. No debe haber lugar para mentiras. No importa que estemos en plena campaña. No importa que haya cargos en juego. La lucha por el poder no debe prevalecer sobre la verdad. Como tampoco debe prevalecer  la política sobre la justicia y el derecho.
El partido Colorado y el partido Nacional son, sin duda y orgullosamente, los partidos tradicionales del Uruguay. Pero son también los partidos fundacionales, los partidos que hicieron la Patria, en toda la extensión imaginable. Desde luego que a lo largo de la historia han vivido crisis y han cometido errores, porque los gobiernos, como las personas, aciertan y se equivocan. No son perfectos. Pero no erran en lo esencial. No se desvían en el respeto a los derechos fundamentales de las personas, ni dividen al país entre buenos y malos. No hablan de democracia, como hacen muchos frenteamplistas y, a la vez, se declaran admiradores de la Cuba de los Castro, que no reconoce otro partido que el comunista y  no permite la libertad de prensa, ni el derecho de reunión de los ciudadanos. 

Bienvenidos los tiempos electorales, porque ellos son la esencia de la democracia. Bienvenidos los debates de ideas y las polémicas programáticas. Pero no hagamos lugar a la mentira, ni a ninguna deformación de la verdad. Porque ellas, tanto como los agravios personales, envilecen la lucha política, contaminan y degradan la convivencia ciudadana. El Uruguay no lo merece.  

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