EL INFORMADOR DESINFORMADO

La mayoría de las personas en presencia de un periodista suele dar por sentado que esta frente a un hombre bien informado. Informado, en cantidad y en calidad, muy por sobre el denominador común y, por ello, en condiciones inmejorables para entender los hechos, comprenderlos y explicar a los demás todo cuanto sucede en nuestro país, en la región y en el mundo. Pero esto no siempre es así. No siempre el periodista esta tan bien informado como quisiera, como nos gustaría, como seria deseable y necesario para una comunicación de la mejor calidad al público.

La realidad nos muestra una variedad de situaciones. Unas debidas a factores externos que condicionan al periodista e influyen en su trabajo y rendimiento; otras que son personales, derivadas la formación, o de la ausencia de ella, de la disponibilidad de tiempo y recursos o de la ausencia de ellos. Pero tanto unas como otras dan por resultado un paradojal e indeseable informador desinformado.

¿Por qué es tan importante evitar que ello ocurra? Pues, además de lo obvio, porque uno de los principales deberes del comunicador es, precisamente, estar adecuadamente informado. Esto es, informado de manera amplia, completa y veraz. En lo general, respecto a las principales noticias nacionales e internacionales. En lo particular, en relación con un especial conocimiento de los temas a su cargo. Para lograrlo debe proponerse mejorar siempre, ampliar sus fuentes, leer, entrevistar, consultar archivos, navegar en Internet, intercambiar datos y referencias con los colegas, en fin, luchar por no caer en la rutina, ni quedarse en la simple transcripcion de comunicados o en la mera superficie de las cosas.

El periodista no siempre dispone del tiempo y los recursos para informarse cabalmente. Especialmente en tiempos de pluriempleo. Hay quienes salen de trabajar de una radio y corren para integrarse a la redacción de un periódico o al departamento informativo de un canal de televisión, o a un empleo ajeno a su vocacion. Les resulta difícil encontrar tiempo libre para escuchar o ver otros medios de radiodifusión y, en ocasiones, aun para escuchar o ver el propio. No digamos nada del tiempo – y los recursos - para leer periódicos y revistas argentinos, brasileros, europeos o norteamericanos, como seria ideal para enriquecer el propio analisis con puntos de vista diferentes.

¿Cuáles son las consecuencias de tal estado de cosas? Llevado o arrastrado por el vértigo laboral, con horarios muy complicados, algunos periodistas terminan resignando la búsqueda de la excelencia, la que paulatina, inadvertida e inexorablemente, termina por ceder su lugar al mínimo esfuerzo, al apenas necesario para sacar la nota, cumplir con el espacio o llenar la pagina, a la rutina, el cansancio y, triste final, a la mediocridad. Esta degradación de la calidad es devastadora. Desde luego lo es para el medio de comunicación, pero también y sobre todo para el profesional, que lo protagoniza y lo sufre en carne propia. ¿Y el medio de comunicación? En ocasiones el medio no se percata de la forma en que las condiciones laborales inadecuadas terminan afectando a buena parte de sus redacciones. En otras al medio, si bien se da cuenta de lo que pasa, no le importa demasiado, porque su dirección, especialmente si el negocio marcha bien, factura bien, no tiene como meta la excelencia periodística. Otros medios, en cambio, justo es decirlo, tienen conciencia de estas situaciones y una política adecuada para evitar esos males.

Quiero dejar planteado el problema. Para alentar y poner como ejemplo a aquellos periodistas que, en base a un gran esfuerzo personal, muchas veces utilizando sus recursos personales, se mantienen bien informados, de lo general y de lo particular, de lo nacional y de lo internacional, a través de multiplicidad de fuentes. Para estimular a aquellos medios que se preocupan de apoyar a sus profesionales, facilitándoles el acceso a los mejores materiales informativos y cuidan sus condiciones de trabajo. Y también, porque no decirlo, con la esperanza de que sea un llamado de atención para que, quienes aun no lo han hecho, recapaciten y reconsideren sus criterios. Para que modifiquen sus conductas y actitudes. Para que opten por el único camino que conduce a elevar la calidad y la excelencia de la comunicación, para el cabal cumplimiento de la obligación de satisfacer el derecho a la información de los ciudadanos.

En ello quizás ayude tener presente la idea contenida en el verso de Terencio, en su doble proyección de sana curiosidad y de fecunda solidaridad, “soy hombre, nada de lo humano me es ajeno”. Lo cual es tanto como decir: soy periodista, nada de lo que ocurre en el mundo me es ajeno y debo saber transmitirlo con eficiencia y responsabilidad. Y asi honrar la profesión que se ha elegido. Cada vez mejor informados, para informar cada vez mejor. De eso se trata.

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