DE PERIODISTAS, GALENOS Y GOBERNANTES

Nelson Castro es, junto a Joaquín Morales Sola, Magdalena Ruiz Guiñazu y Jorge Lanata, uno de los periodistas que mayor confiabilidad tiene ante la opinión publica argentina. Además de ser un excelente comunicador, vocación que ejerce a través de la radio, la televisión y la prensa, y por la que ha recibido numerosos premios, tales como el Martín Fierro y el Rey de España, Nelson Castro es doctor en medicina, especializado en Neurología en Cleveland, Ohio.

Puede llamar la atención esa doble vocación. Pero los periodistas y los médicos tienen algo en común. En ambas profesiones es fundamental contar con la confianza de la gente. Cuando las personas dejan de confiar en el conocimiento y la calidad ética de su medico o en la veracidad y seriedad de lo que les cuenta un periodista, estos profesionales pierden su credibilidad, que en ambos casos es el elemento esencial que los vincula. La mentira, la incapacidad o la manipulación rompen el nexo. Por otra parte, Castro afirma, con acierto, que ambas disciplinas son distintas, pero no distantes, pues mientras el medico trata a personas buscando prevenir o curar las enfermedades que los afectan, el periodista, que informa sobre los actos de las personas, también es testigo de la incidencia de las enfermedades sobre la conducta de los seres humanos.

En ese doble carácter, de medico y periodista, Nelson Castro escribe un original libro, titulado Enfermos del Poder, en el que, a través de numerosos y significativos ejemplos, analiza la salud de los presidentes y sus consecuencias. En un doble sentido. Por un lado observa como la enfermedad afecta a los mandatarios y la forma como estos ejercen el poder; y, por otro lado, reflexiona sobre como el ejercicio del poder, con sus enormes tensiones y no pocas frustraciones, deteriora la salud de los gobernantes, - no puedo evitar recordar el lamentado fallecimiento del general Oscar D. Gestido, en pleno ejercicio de la presidencia -, llegando a incidir también en sus conductas. El tema introduce un enfoque de singular importancia en el análisis de la gestión de los gobiernos y del normal funcionamiento de las instituciones.

Las referencias concretas abundan en el libro e ilustran cabalmente estas ideas y sus alcances. Desde Manuel Quintana, primer presidente argentino muerto en el ejercicio del poder; la insuficiencia renal de Hipólito Irigoyen; los infartos del hijo de Juana Sosa, india tehuelche, general Juan Domingo Perón; hasta la operación de la carótida derecha de Carlos Saúl Menem; la supuesta arterioesclerosis de Fernando de la Rua, en rigor dos obstrucciones parciales de la arteria coronaria derecha, resueltas con una angioplastia; y el colon irritable del actual presidente Néstor Kirchner. Buena parte de la historia argentina puede estudiarse a través de los partes médicos de sus principales protagonistas. También incluye Nelson Castro, para fundamentar su tesis, los casos de Lenin y su hipertensión arterial; los infartos de Stalin; el Parkinson de Mao-Tse-Tung, de Hitler y de Franco; la angina de pecho de Churchil; la sífilis de Mussolini; la poliomielitis y la arterioesclerosis de Franklin Delano Roosevelt; la fractura de disco de columna y la enfermedad de Addison de John F. Kennedy; y los efectos devastadores de los tres balazos que recibió Su Santidad el Papa Juan Pablo II, el 13 de mayo de 1981, en la plaza de San Pedro.

Para los periodistas, el tema de la enfermedad de los dirigentes políticos tiene otra variable de estudio, ya que con demasiada frecuencia, cuando se producen las crisis en la salud de los primeros mandatarios, se oculta la verdad. ¿Es lícito ocultar a la ciudadanía la enfermedad del presidente? ¿No tiene la gente derecho a saber la verdad? ¿Cuál debe ser la actitud de los medios de comunicación en estas situaciones? La enfermedad de los hombres que ejercen el poder es una cuestión de interés público y por ello debe ser informado por la prensa. La experiencia indica que cada vez que se quiso negar la realidad, o se divulgaron diagnósticos falsos,- el más recurrente ha sido el de la gripe-, el rumor gano la calle y empeoro la situación política que se procuraba preservar. El reciente caso de Fidel Castro bien lo demuestra. Vale recordar que quien primero ordeno dar a conocer toda la información sobre su estado de salud fue el presidente Dwight Eisenhower, cuando su primer infarto, ordeno al doctor Paul Dudley White decir toda la verdad. Seria bueno proyectar estas ideas a nuestra propia historia. Y al presente. Especialmente teniendo en cuenta la avanzada edad de muchos de los principales dirigentes políticos uruguayos.

El poder afecta a los hombres que lo ejercen. Produce cambios en la salud y en la actitud de los gobernantes. Esta es la enfermedad del poder. Sus síntomas estarían dados por el clima de sospecha que les rodea, una sensibilidad crispada en cada asunto en que intervienen y una creciente incapacidad para soportar las criticas. Luego, agrega Nelson Castro, el individuo en cuestión desarrolla la convicción de ser indispensable y que nada se ha hecho bien antes de su llegada al poder, ni se haría bien en el futuro a menos de permanecer en el. Tengámoslo presente.

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