HA NACIDO UNA ESPERANZA

Eduardo Héguy Terra

Qué lindo es votar. Siempre. Muy especialmente cuando se vota para elegir autoridades, como hemos hecho los uruguayos el domingo pasado para decidir en la interna de cada partido quiénes serían los candidatos a la Presidencia de la República y los miembros de sus Convenciones. Desde que el término democracia aparece entre los griegos, aprendimos que ello significa poder (kratos) del pueblo (demos). Para que ese poder sea tal es esencial ejercerlo, en primer lugar, mediante el voto. Una primera observación a formular a partir de los resultados de las elecciones del 28 de junio, es la de que un 55% de nuestros compatriotas hayan optado por no votar ninguna de las opciones que se les ofrecían. Esto, por más que las próximas elecciones sean con voto obligatorio, debe ser motivo de especial atención.
La democracia de hoy, muy lejos del concepto de los antiguos pensadores,- como Aristóteles, que llegó a clasificarla entre las formas malas de gobierno-, es un ideal, un principio fundamental de legitimidad del poder y un sistema político llamado a resolver problemas de ejercicio del poder. No podemos perder de vista que la democracia como entidad política, como forma de Estado y de gobierno, desde Alexis de Tocqueville también es democracia social. Que no es otra cosa que manifestación del espíritu igualitario que tan bien refleja la expresión que le era grata al fundador del Partido Colorado y primer presidente de la república – con solo 26 votos - don Fructuoso Rivera : “naides es más que naides”. Ni menos tampoco. La democracia, así entendida, se convierte - y es como la sentimos los uruguayos- en un modo de vivir y de convivir. La igualdad de estima, el valor igual que se reconocen las personas entre sí. Un hombre, un voto. Todos electores, todos elegibles. Sin importar las diferencias de sexo, raza, riqueza o religión. Por todo ello debemos ejercer este derecho tan fundamental. Es parte esencial de nuestro ser nacional.
La elección del domingo 28 de junio fue, una vez más, un reconfortante ejemplo de cultura cívica. El respeto entre los ciudadanos, la amplia cobertura informativa realizada por los medios de comunicación en plena libertad, la tolerancia demostrada por todas las fuerzas políticas y, como ya es habitual, la muy buena organización de los comicios por la Corte Electoral, son, también, motivo de legítimo orgullo para nuestro país. Porque no basta con votar, sino que es necesario hacerlo bien. Sin presiones de ningún tipo, con las garantías del voto secreto y en plena libertad. Por eso quienes triunfan en buena ley, como lo han hecho Luis Alberto Lacalle, Pedro Bordaberry y Jose Mujica, adquieren no solo legitimidad para aspirar al ejercicio del poder, sino también la mas grande responsabilidad que se pueda otorgar en una democracia, para gobernar con pleno y cabal respeto del Estado de Derecho, el interés general y el bien común.
Luego de una votación en la cual los partidos tradicionales superaron largamente los pronósticos, es de justicia señalar, y elogiar como corresponde, la positiva actitud cívica de varios dirigentes políticos saludando a los ganadores de la interna de los otros partidos. Comenzando por el presidente Tabaré Vázquez, llamando por teléfono al doctor Pedro Bordaberry la noche misma del escrutinio. Estas actitudes son ratificación de una cabal convivencia democrática entre compatriotas. ¿Cómo no recordar el abrazo de Alberto Zumarán y Julio Maria Sanguinetti en 1984? Me gusta pensar que en ello radica la grandeza de nuestra patria. La democracia adquiere una dimensión de enorme significación espiritual cuando se reúnen triunfadores y derrotados, se saludan, se abrazan y envían a sus partidarios mensajes de respeto mutuo y de unidad.
En tal sentido, es de rigor destacar la memorable sesión del Directorio del Partido Nacional, presidida por Carlos Julio Pereira, veterano en lides electorales a las que concurrió nada menos que como candidato a la vicepresidencia de la república junto a Wilson Ferreira Aldunate. En esa sala, cargada de historia,- tan próxima a la que fuera sede del diario El Debate, tribuna periodística del doctor Luis Alberto de Herrera, en la que hizo sus primeros apuntes editoriales el actual candidato único del Partido- , se escribió otra emotiva página de la historia. Es que la victoria, para ser completa, necesita de generosidad y de grandeza, de estilos y de símbolos. Y lo que allí vimos, resumido en el abrazo de Luis Alberto Lacalle y Jorge Larrañaga, fue no solo una extraordinaria ceremonia de consagración de la fórmula del Partido Nacional para las elecciones de octubre, sino además la culminación de lo que ha sido una notable expresión de capacidad y tenacidad política, de quien, como el doctor Lacalle de Herrera, siguiendo el llamado de la sangre, hace mas de medio siglo consagró su existencia al servicio de su partido. Sí señores, ha nacido una esperanza.

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