TIENEN MUCHO EN COMUN
Eduardo Héguy Terra
A muchos gobiernos latinoamericanos con tendencias autoritarias no les gusta la libertad de prensa. Nunca han comprendido bien que ella es esencial para el normal funcionamiento del sistema democrático. O, por haberlo comprendido, en vez de respetarla, le temen, pues un amplio e irrestricto ejercicio de la libertad de difusión del pensamiento controla, obstaculiza y pone en evidencia sus propósitos ocultos, por cierto nada democráticos y muy poco republicanos.
En nuestro país, en estos últimos años, se han dado casos notorios de hostigamiento a los medios de comunicación. No bien surge un tema susceptible de afectar la popularidad del gobierno, la culpa se le atribuye a la prensa, porque informa a la ciudadanía, como es su deber y su razón de ser. La impotencia o ineficiencia de las autoridades para resolver los problemas, se encubre con la inmediata politización y la atribución de intenciones a los periodistas. Un ejemplo bien evidente lo ofrece el ministerio del interior que, acuciado y desbordado por la inseguridad, no cesa en sus ataques a los comunicadores, a los informativos, y aún a la crónica policial de la prensa, pretendiendo con ello disimular su incompetencia y su fracaso. Se le adjudica intencionalidad política a una modalidad periodística que siempre existió, porque la gente, con toda razón, quiere saber lo que está pasando.
Esta situación, de la que nos hemos ocupado en más de una oportunidad, no es exclusiva de nuestro país. Hace unas semanas, la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), institución que desde hace 47 años nuclea a la gran mayoría de los diarios, periódicos y revistas de ese país, emitió una declaración sobre la situación de grave deterioro de la libertad de prensa que vive la Argentina. Allí se señala que, en un contexto de crisis republicana, la actividad de los medios se desenvuelve con serios condicionamientos, presiones abiertas o solapadas, interferencias en las comunicaciones, trabas a la circulación física de los periódicos, agresiones verbales con destinatarios directos, o amenazas fiscales o regulatorias. A ello se suma la distribución arbitraria de la publicidad oficial, beneficiando o castigando a los medios según el tono de sus opiniones editoriales. Bien sabemos que la independencia de un medio se puede tentar con beneficios o prebendas, a veces indirectas, o acallar mediante el estrangulamiento económico. Con diarios empobrecidos se dificulta la libertad de prensa. Pero como bien señala ADEPA, con medios “enriquecidos por el favor oficial la libertad de prensa directamente desaparece.” Los medios argentinos han llegado a la conclusión de que el periodismo es visto por una parte del gobierno como un enemigo a derrotar.
Esta declaración de la asociación ha recibido el apoyo de importantes periodistas argentinos. Joaquín Morales Solá, distinguido columnista de La Nación y director del programa de televisión Desde el llano, ha dicho que se está viviendo “el peor momento en cuanto a la libertad de prensa existente en el país desde 1983, por la intencionalidad permanente de las descalificaciones, las agresiones y los intentos de coartar a libertad de prensa”, agregando que hay un permanente intento de “descalificar a los periodistas con alusiones peyorativas y operaciones de prensa hechas para desinformar.” En el mismo sentido se expresaron, entre otros, el doctor Nelson Castro, Pepe Eliaschev, Ricardo Kirschbaum, director del diario Clarín, Daniel Capalbo, secretario de redacción de Crítica, Jorge Lanata y Jorge Fontevecchia, director de Noticias y Perfil.
Esas actitudes de las autoridades argentinas, las mismas que bloquean el uso de los puentes y niegan el dragado del canal Martín Garcia, tienen sin embargo parentesco y similitud con la actitud exhibida por varios miembros del gobierno frenteamplista. Y ello no es fruto de la casualidad. Por el contrario, proviene de expresas coincidencias, ideológicas y políticas, que trascienden personas, estilos y fronteras. Allí está el presidente venezolano, el marxista Hugo Chávez, para confirmarlo. Hace pocos días, en ocasión de su visita a Buenos Aires para apoyar a los Kirchner, lanzó un furibundo ataque contra el canal de televisión privado Globovisión, amenazándolo con la precariedad del uso de las frecuencias radioeléctricas y acusándolo de hacer terrorismo, porque no le gusta cómo informa; y todo ello al estilo de su anterior escalada contra Radio Caracas Televisión, hoy ya en manos del gobierno.
Ciertos mandatarios latinoamericanos de orientación marxista,- cómo olvidar a Fidel Castro- y algunos que hoy se postulan como candidatos, tienen mucho en común. Sus criterios atentan contra la libertad de prensa y son incompatibles con la democracia liberal y las instituciones que la tutelan. No lo olvidemos. No nos dejemos engañar, usemos bien nuestro voto. Es mucho lo que está en juego para nuestro querido país.
A muchos gobiernos latinoamericanos con tendencias autoritarias no les gusta la libertad de prensa. Nunca han comprendido bien que ella es esencial para el normal funcionamiento del sistema democrático. O, por haberlo comprendido, en vez de respetarla, le temen, pues un amplio e irrestricto ejercicio de la libertad de difusión del pensamiento controla, obstaculiza y pone en evidencia sus propósitos ocultos, por cierto nada democráticos y muy poco republicanos.
En nuestro país, en estos últimos años, se han dado casos notorios de hostigamiento a los medios de comunicación. No bien surge un tema susceptible de afectar la popularidad del gobierno, la culpa se le atribuye a la prensa, porque informa a la ciudadanía, como es su deber y su razón de ser. La impotencia o ineficiencia de las autoridades para resolver los problemas, se encubre con la inmediata politización y la atribución de intenciones a los periodistas. Un ejemplo bien evidente lo ofrece el ministerio del interior que, acuciado y desbordado por la inseguridad, no cesa en sus ataques a los comunicadores, a los informativos, y aún a la crónica policial de la prensa, pretendiendo con ello disimular su incompetencia y su fracaso. Se le adjudica intencionalidad política a una modalidad periodística que siempre existió, porque la gente, con toda razón, quiere saber lo que está pasando.
Esta situación, de la que nos hemos ocupado en más de una oportunidad, no es exclusiva de nuestro país. Hace unas semanas, la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), institución que desde hace 47 años nuclea a la gran mayoría de los diarios, periódicos y revistas de ese país, emitió una declaración sobre la situación de grave deterioro de la libertad de prensa que vive la Argentina. Allí se señala que, en un contexto de crisis republicana, la actividad de los medios se desenvuelve con serios condicionamientos, presiones abiertas o solapadas, interferencias en las comunicaciones, trabas a la circulación física de los periódicos, agresiones verbales con destinatarios directos, o amenazas fiscales o regulatorias. A ello se suma la distribución arbitraria de la publicidad oficial, beneficiando o castigando a los medios según el tono de sus opiniones editoriales. Bien sabemos que la independencia de un medio se puede tentar con beneficios o prebendas, a veces indirectas, o acallar mediante el estrangulamiento económico. Con diarios empobrecidos se dificulta la libertad de prensa. Pero como bien señala ADEPA, con medios “enriquecidos por el favor oficial la libertad de prensa directamente desaparece.” Los medios argentinos han llegado a la conclusión de que el periodismo es visto por una parte del gobierno como un enemigo a derrotar.
Esta declaración de la asociación ha recibido el apoyo de importantes periodistas argentinos. Joaquín Morales Solá, distinguido columnista de La Nación y director del programa de televisión Desde el llano, ha dicho que se está viviendo “el peor momento en cuanto a la libertad de prensa existente en el país desde 1983, por la intencionalidad permanente de las descalificaciones, las agresiones y los intentos de coartar a libertad de prensa”, agregando que hay un permanente intento de “descalificar a los periodistas con alusiones peyorativas y operaciones de prensa hechas para desinformar.” En el mismo sentido se expresaron, entre otros, el doctor Nelson Castro, Pepe Eliaschev, Ricardo Kirschbaum, director del diario Clarín, Daniel Capalbo, secretario de redacción de Crítica, Jorge Lanata y Jorge Fontevecchia, director de Noticias y Perfil.
Esas actitudes de las autoridades argentinas, las mismas que bloquean el uso de los puentes y niegan el dragado del canal Martín Garcia, tienen sin embargo parentesco y similitud con la actitud exhibida por varios miembros del gobierno frenteamplista. Y ello no es fruto de la casualidad. Por el contrario, proviene de expresas coincidencias, ideológicas y políticas, que trascienden personas, estilos y fronteras. Allí está el presidente venezolano, el marxista Hugo Chávez, para confirmarlo. Hace pocos días, en ocasión de su visita a Buenos Aires para apoyar a los Kirchner, lanzó un furibundo ataque contra el canal de televisión privado Globovisión, amenazándolo con la precariedad del uso de las frecuencias radioeléctricas y acusándolo de hacer terrorismo, porque no le gusta cómo informa; y todo ello al estilo de su anterior escalada contra Radio Caracas Televisión, hoy ya en manos del gobierno.
Ciertos mandatarios latinoamericanos de orientación marxista,- cómo olvidar a Fidel Castro- y algunos que hoy se postulan como candidatos, tienen mucho en común. Sus criterios atentan contra la libertad de prensa y son incompatibles con la democracia liberal y las instituciones que la tutelan. No lo olvidemos. No nos dejemos engañar, usemos bien nuestro voto. Es mucho lo que está en juego para nuestro querido país.
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