CONCEPTO Y SUSTANCIA
Dr. Eduardo
Héguy Terra
Se inicia un nuevo año. Los uruguayos
queremos, qué duda cabe, un país mejor. Sin importar las tendencias o las
ideologías. En su virtud uno de los objetivos esenciales del esfuerzo común de
la nación debe constituirlo el desarrollo. Un desarrollo concebido de tal
manera cuya sola invocación evoque su signo positivo y perdurable. No se trata,
pues, de cualquier desarrollo, ni mucho menos de uno meramente material. El
desarrollo que se proyecte vigorosamente sobre la vida de una comunidad como la
nuestra, trascendiendo la concepción teorizante, no es, como usualmente se
cree, el meramente económico, el que se refleja solo en las estadísticas frías
y despersonalizadas, ni lo es aquel que se pretende construir con subsidios
engañosos que finalmente desestimulan el
trabajo y el esfuerzo, modernos ídolos con los pies de barro.
Lo económico, con su indiscutida
importancia y diaria vigencia, no es – no debe ser – un fin último para la república.
Constituye en rigor un medio, un instrumento necesario pero no suficiente para
la obtención del bien común que desde antiguo y acertadamente proclaman el
humanismo y el cristianismo y consagran nuestros textos normativos. Háblese,
por tanto, de un desarrollo social, cultural, moral, económico y espiritual,
todo a la vez. En estos tiempos navideños, tiempos de esencias y sustancias, de
trascendencias perdurables, nos importa mucho subrayarlo.
Se trata entonces de un desarrollo de
tal forma concebido que contemple, como prioridad relevante, al hombre. A todo
hombre, sin distingos. Y que refleje, en la compleja plenitud de su
personalidad, en la percepción enriquecedora de sus necesidades integrales, a
todo el hombre, sin olvidos ni mezquinas omisiones. En definitiva, queremos un
desarrollo auténtico, integral, capaz de proporcionar no solo los bienes de
necesidad que hagan falta sino los
bienes de dignidad que las conciencias reclaman.
Es por todo ello que los aspectos
sociales, culturales, jurídicos, políticos, económicos, institucionales y
morales, se mezclan y entrelazan; y como hilos que conforman el tejido de
nuestra convivencia, condicionan nuestro
bienestar, concitan adhesión o rechazo y, a la corta o a la larga,
afectan el futuro. Los hilos podrán ser de distintos colores, pero el dibujo en
el tapiz de la nación finalmente será uno solo. No se puede gobernar para un
sector ignorando con soberbia a otros, ni pisoteando hondas convicciones. Tarde
o temprano, mas temprano que tarde, ese error se pagará.
Ninguna sociedad puede vivir sin un gran
ideal que la inspire, y sin el claro
conocimiento de principios superiores que la orienten y organicen. La nación,
para ser cabalmente tal, necesita de una idea, vigorosa y dinámica, que
despierte y conmueva la conciencia ciudadana, promueva la adhesión de la
colectividad toda, encienda sus sentimientos y la conforme como unidad
coherente. Debe ser una idea que, por su fuerza, sea capaz de concretarse en
objetivos y programas comunes, de proyectarse hasta sitiales de privilegio, convirtiendo a
nuestra nación, unida, en un país libre, independiente, participativo y
soberano. Esa idea bien puede ser la del desarrollo, pero solo si lo
concebimos, sobre principios y valores, integral, auténtico, pleno.
Los uruguayos, de todos los credos y
partidos, forjados en la lucha heroica de lo cotidiano, queremos, es cierto, un
país mejor. Precisamente por ello debemos apuntar alto y mirar lejos,
procurando desentrañar, del diario acontecer, aquello que es sustancia y esencia,
base y fundamento de unidad, de integración y de convivencia republicana;
descartando lo accesorio, mutable y transitorio, para rescatar y reivindicar
lo profundo y permanente. Debemos
encontrar aquello capaz de inspirar y sustentar el programa común de la nación
y de erigirse en poderoso factor de unidad. Ello, por cierto, no se logra legislando contra las creencias y
convicciones de la mitad de la población.
La historia de un pueblo, a partir del
momento en que elige instituciones democráticas, es la de una sucesión de
opciones. Consecuentemente, en cada caso y ante cada circunstancia, se debe saber
en qué medida están en juego formas de vida, escalas de valores, cultura y
destino. Si la nación está hecha verticalmente de historia y tradiciones, y horizontal
y coyunturalmente de los diferentes
sectores que la componen; si la meta final ha de ser el interés general
y el bien común; si ello es así, como debe serlo, entonces no es otro el camino
que el de la unidad nacional. Unidad solo alcanzable a través de un ideario
común y un objetivo compartido. ¡Qué
lejos que estamos de lograrlo!
Propónganse metas y explíquese porque se
requiere nuestra adhesión, nuestro apoyo, nuestra contribución y aun nuestro
sacrificio. Enciéndase una luz de esperanza que ilumine el futuro y lo ponga,
si no a la altura de nuestras ambiciones mas elevadas, si, al menos, al alcance
de nuestro entendimiento, de nuestros sentimientos y de nuestra voluntad como
ciudadanos. La prepotencia parlamentaria, no es el camino. Insistir en una visión distorsionada
y hemipléjica de la historia tampoco lo es. No entenderlo así y no tender
puentes, es condenarnos al enfrentamiento y al fracaso.
Comentarios