FIRMEZA Y RECIEDUMBRE
Dr. Eduardo
Héguy Terra
Nuestra América tiene sobradas
enseñanzas y testimonios acerca de la deslealtad de muchos hombres que
ambicionan el poder y que practican la mentira y la politiquería como medio para
alcanzarlo. Siempre me pareció sobrecogedor el testamento de Simón Bolívar,
dictado en su lecho de muerte en Santa Marta, afligido en lo más hondo de su
espíritu por la ambición y la ingratitud de aquellos que le debían nada menos
que la libertad y la independencia. Ante las luchas fratricidas y las intrigas
inmisericordes, estas fueron las amargas palabras del Libertador de Venezuela,
Colombia, Ecuador y Bolivia: “si mi muerte contribuye para que cesen los
partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.” Tremendo
mensaje de quien lo dio todo y murió sin nada. Muy lejos, por cierto, de
quienes hoy pretenden manipular su imagen y prestigio para fines políticos que sin
duda le resultarían ajenos.
Y qué decir del general José de San
Martín, quien después de liberar lo que hoy son Argentina, Chile y Perú,
desalentado por las luchas entre unitarios y federales, hubo de exiliarse en
Europa, por décadas, amenazado entre otros por Rivadavia, quien no perdonó que
el prócer se negara a combatir a los federales, entre ellos a José Artigas.
Muere en 1850, en Francia, muy lejos de
la tierra que le vio nacer, luchar y vencer. Tenía 72 años. Al igual que Bolívar,
padeció la ingratitud pero nos dejó un legado de unidad: el general San Martin
“jamás desenvainara la espada para combatir a sus paisanos.” Dejará a Juan
Manuel de Rosas su preciado sable corvo por “la firmeza con que ha sostenido el
honor de la república” ante el poder extranjero. Recordado, después de muerto,
en muchos monumentos, ninguno iguala en grandeza, prestancia y belleza al
erigido en su honor y de los mas de cinco mil hombres del ejército de los Andes,
en pleno corazón de Mendoza, en el Cerro de la Gloria, el cual para orgullo
nuestro es obra del notable escultor uruguayo Juan Manuel Ferrari, ganador del
concurso convocado a esos efectos.
Tratar de imaginar cómo sería nuestra
América si hubiera estado dirigida por las ideas de los hombres que, como
Bolívar y San Martin, la condujeron a su independencia, no es un mero ejercicio
académico o experimental. Cabe preguntarnos que hubiera sido de nuestro Uruguay
en el siglo XIX si el general José Gervasio Artigas, no hubiera tenido que emigrar al Paraguay a
los 56 años, para permanecer allí por
mas de treinta, hasta su muerte. Protector de los pueblos libres para los
federales, Jefe de los Orientales para nosotros, Gran Señor y Señor que Resplandece
para los guaraníes que le conocieron y apreciaron en su hora mas amarga, el
general Artigas fue, en toda su dimensión espiritual, uno de los mas grandes.
Mucho más podría haber aportado en ejemplo, valores y principios al Uruguay
naciente. Pero no pudo ser. La mezquindad, también aquí, prevaleció. Artigas,
Bolívar y San Martin. Muy distintos entre sí, es cierto, pero con cuantas
semejanzas. Y cuan diferentes de tantos mediocres y oportunistas que hoy, sin
merecerlo, los invocan.
Impresiona constatar cuánto dolor e
ingratitud rodea la vida y los últimos días de estos próceres americanos. Ellos
nos muestran que el patriotismo, así como el servicio a la causa pública, es,
qué duda cabe, un camino árido y difícil. Antes y ahora. No es ocioso recordar aquí
el asesinato en 1865 del presidente Abraham Lincoln, fervoroso partidario de la
unión y contrario a la esclavitud; y del
presidente John F. Kennedy a los 46 años, en Dallas; y los asesinatos de su
hermano Robert, senador, a los 43 y del pastor Martin Luther King, a los 39
años; o el intento de matar al presidente Ronald Reagan; o las numerosas
conspiraciones para asesinar al presidente Charles De Gaulle, símbolo de la nación
francesa. O el atentado nada menos que contra Su Santidad Juan Pablo II, en
plena plaza de San Pedro.
Existen fuerzas, grupos, organizaciones
tenebrosas conducidas por criminales, para quienes los votos, el juego limpio y
las democracias nada significan. Lo que importa es el ejercicio del poder. La
dominación. A como de lugar. Por las buenas o por las malas. Ejerciendo
violencia sobre las personas si ello es considerado necesario por el grupo de
iluminados a cargo de trágicas decisiones. Después de todo, ¿no crucificaron a
Jesús?
Y, sin embargo, no podemos bajar los
brazos. Tenemos que seguir apostando a los ideales, a la buena doctrina, a los
principios, a las instituciones democráticas y republicanas, a los derechos
inalienables de las personas, a la libertad de expresión, a la separación de
poderes, a la autonomía e independencia del Poder Judicial, a la soberanía
nacional, al principio de autodeterminación de los pueblos y al respeto de los
derechos de los demás, especialmente los de las minorías. Renovemos la fe en
una prensa libre, sin censura.
Defendamos nuestros ideales, nuestros
valores. Con firmeza y reciedumbre. Solo así podemos soñar con alcanzar un mejor
futuro, en un mundo menos mezquino, más justo y solidario. Para todos. De no
ser así, de nada habrán servido los testimonios de grandeza, en la vida y en la
muerte, el enorme acervo espiritual que Bolívar, San Martin y Artigas nos
legaron.
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