LUIS LACALLE POU: NACE UN LIDERAZGO

Dr. Eduardo Héguy Terra  

El país, la comunidad, la patria, necesitan de ciudadanos que no sean indiferentes al interés público, de ciudadanos que no eludan responsabilidades políticas. De ciudadanos que estén dispuestos a asumir posiciones comprometidas con la defensa de  principios, valores, cultura, tradiciones y modos de vida en los que creen, que han recibido de sus mayores y que sienten como imperativo ético preservar para quienes los sucederán. Sin personas que piensen así y lo traduzcan en obras, la democracia representativa se desdibuja, la república liberal pierde contenidos y el Estado Social de Derecho que quisieron los constituyentes se ve socavado desde el poder por quienes nunca creyeron en él.
Desde luego que la actividad política, para quienes la asumen con responsabilidad y sentido ético, no es ni fácil ni sencilla. La vocación es necesaria para sobrellevar con entereza y sin desfallecer ante las numerosas dificultades que a diario se cruzan en el camino. La ingratitud, la incomprensión y la calumnia son hermanas de la derrota en la vida política. Quien asume la actividad política como una forma de vida acepta, a la vez, someterse a la voluntad de sus conciudadanos expresada en las urnas. Debe trabajar para obtener su respaldo, pero debe hacerlo con honestidad intelectual, sin caer en la demagogia, la mentira o la manipulación. No cualquiera está calificado para ser un buen dirigente político y mucho menos para ocupar un cargo de legislador o ministro o para integrar un directorio en las empresas públicas. Una sólida base cultural, conocimiento del país y de su realidad, idoneidad en materia de legislación y de estructura administrativa del estado. Esto por lo menos. Claro que la realidad indica otra cosa, al punto que,- y esto es solo un ejemplo-, el Colegio de Abogados del Uruguay ha entendido necesario ofrecer sus servicios para ayudar a mejorar la pésima redacción de leyes aprobadas en recientes legislaturas.
Desempeñarse como político en el Uruguay no es nada fácil para las nuevas generaciones, pues significa hacerlo en partidos cuya dirigencia suele superar los 60 y aun los 70 años de edad. Mientras en otras actividades existen los topes para el ejercicio de la profesión u ocupación, nada de eso rige para los dirigentes políticos, por mas altos que sean los cargos que ocupan o por mas complejas que se presenten las responsabilidades que a ellos corresponden. Por lustros la dirigencia de los partidos ha ofrecido la influencia, directa o indirecta, de nombres como los de Jorge Batlle Ibáñez, Julio Maria Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle, Tabaré Vázquez o José Mujica, para señalar tan solo a los presidentes. Y todo parece indicar que el doctor Vazquez estaría dispuesto a ser nuevamente candidato con 74 años. Claro que no faltara quien recuerde que es aun mayor el recientemente electo papa Francisco, líder espiritual de 1.200 millones de católicos, jefe del Estado Vaticano, Obispo de Roma y administrador de una Iglesia presente en todos los continentes.
Por todo eso que venimos de expresar es que saludamos con inocultable simpatía el nacimiento de nuevos liderazgos. Especialmente cuando por sus relevantes condiciones y relativa juventud se proyectan hacia el mejor futuro de las organizaciones cívicas que integran. Lo hicimos, sin vacilar, cuando el doctor Pedro Bordaberry, desafiando la mala fe de afuera y la mezquindad de adentro, emprendió el complejo y difícil camino que terminaría por llevarlo, mediante el voto popular, a presidir el sector mayoritario del Partido Colorado. Hoy presenciamos, en la numerosa bancada que orienta el senador Bordaberry, una nueva forma de encarar los temas, con significativa capacidad de estudio, análisis y propuesta. Así lo demuestra, entre otras iniciativas, lo actuado en materia de seguridad pública, especialmente en la indemnización a las víctimas, a la transparencia de las estadísticas sobre delitos, en la rebaja de la edad de imputabilidad y en el tratamiento para la recuperación de los menores que han delinquido.
Hoy saludamos, también con inocultable simpatía, la consolidación del liderazgo del diputado Luis Lacalle Pou en el Herrerismo y su proyección renovadora hacia las más altas responsabilidades dentro del Partido Nacional. Bisnieto de Luis Alberto de Herrera, hijo del presidente Lacalle y de la ex senadora Julia Pou, sin duda vive la vocación política con una intensidad que le viene del fondo de los tiempos. Lleva consigo una tradición partidaria que, con sus luces y sombras, lo guía y lo compromete. Pero por sobre todo el doctor Lacalle Pou exhibe una trayectoria legislativa de primer orden. Electo varias veces legislador por el departamento de Canelones, ocupó por un año la presidencia de la Cámara de Diputados, desde la cual, entre otras iniciativas, procuró la racionalización de la numerosa normativa vigente,- más de 18 mil leyes-, desactualizada y de difícil hermenéutica. En materia de seguridad apoya la rebaja de la edad de imputabilidad. Tiene, además, una visión crítica ante el avance, aparentemente incontenible, de la minería de gran porte a cielo abierto.

No nos cabe duda, se trata de liderazgos que expresan futuro y proyectan esperanza.

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