¿CUARTO PODER O PODER DE CUARTA?
Dr. EDUARDO HEGUY TERRA
Jeffrey Archer, en la introducción de su
interesante novela El Cuarto Poder, que trata de las rivalidades entre dos
gigantes de la prensa – que para algunos bien podrían ser Rupert Murdoch y Robert Maxwell, cuya muerte aún permanece en
el misterio-, nos recuerda el origen de la expresión que dio motivo al título.
En mayo de 1789, Luis XVI convocó en Versalles a una reunión plenaria de los
Estados Generales. El Primer Estado estaba compuesto por trescientos nobles; el
Segundo Estado, por trescientos clérigos; y el Tercer Estado, también llamado
estado llano, por seiscientos plebeyos. Unos años mas tarde, tras la Revolución
Francesa, Edmund Burke levantó la mirada hacia la galería de la prensa de la
Cámara de los Comunes y comentó; “Ahí se sienta el Cuarto Poder y sus miembros
son más importantes que todos los demás.” ¿En verdad lo son?
Todavía hoy hay muchos que así lo creen. Son
numerosos los actores políticos, gremiales y sindicales que se disputan los
favores de la prensa. La adulan, la presionan,
la infiltran, pretenden controlarla y condicionarla para servir a sus
propósitos. En ese contexto se hace difícil una actividad periodística plenamente
independiente. Los frecuentes roces con el poder político, que hasta utiliza la
publicidad oficial para premiar a quienes sirven a sus objetivos, son parte del
problema. La culpa siempre es del mensajero. Esto ocurre actualmente en la
Argentina, según se denuncia a diario desde las páginas de Noticias, Clarín y
La Nación. En ocasiones la agresión se ejerce contra las empresas, incluso
cerrándolas,- como ocurre en Ecuador, Bolivia y Venezuela-, o a través de
la reglamentación. En otras, directamente
sobre los profesionales vistos como independientes u opositores. Se procura desprestigiarlos,
anularlos, amedrentarlos, comprarlos o apartarlos del ejercicio del periodismo
activo. Tampoco faltan los pseudo periodistas, en rigor militantes que se valen
de los medios, a los que traicionan, pues trabajan desde adentro para un sector
político. Y, por supuesto, también nace la autocensura, silenciosa, invisible,
humillante, pero eficaz y devastadora.
De ahí que una empresa periodística en
dificultades económicas sea presa fácil de la prepotencia gobernante. Sin plata
para sobrevivir, no hay independencia para escribir. Triste, pero verdadero. El
autoritarismo es feroz en su búsqueda del poder absoluto. Por eso quieren
acallar a quienes, como la prensa, pueden alertar a la sociedad adormecida del peligro
de perder su democracia republicana, su libertad y sus derechos esenciales.
En el inmenso y apasionante mundo de los
medios de comunicación también navegan, sin mayores sobresaltos, casi inmunes a
los riesgos, los hombres de negocios inmensamente ricos. Entre ellos los hay de
diversos tipos. Unos que, por diferentes motivos, gustan de estar cerca del
poder político, estar bien con todos e intercambiar favores, sin reparar en banderas
ni ideologías. Aunque cambien los gobiernos son casi siempre oficialistas. Otros,
en cambio, no ocultan sino que defienden una posición política y apoyan a los
dirigentes que mejor los representan. En el mejor de los casos no olvidarán que
“las opiniones son libres pero los hechos son sagrados”. Otros, en fin, se
limitan a administrar eficientemente sus medios, lo suyo es netamente
empresarial y, si bien tienen una línea editorial, prefieren no incursionar en política.
Tal vez Warren Buffet, de 82 años, con un capital que supera los 50 mil
millones de dólares, propietario de The Washington Post y otros 70
periódicos en el sur de los EEUU, sea
uno de ellos, por más que es sabida su cercanía con el presidente Barak Obama.
También existen propietarios que, como el
australiano nacionalizado estadounidense Rupert Murdoch, inciden en la política
y usan su extraordinario poderío mediático para ejercer fuerte influencia en
los gobiernos. No siempre con buenos resultados, como lo demuestra el escándalo
de News Of the World en el Reino Unido y los sobornos, escuchas telefónicas
ilegales, chantajes, vínculos con el primer ministro David Cameron, una
asombrosa falta de ética y un grado de corrupción sin precedentes. Murdoch, de
82 años, propietario de numerosos medios,- The Times, entre otros, y cadenas
como Fox, Sky y otras 22-, ha sido acusado de usar a la prensa para sus
objetivos políticos. Es que la tentación es grande. Por último, podemos
mencionar al ex presidente italiano Silvio Berlusconi, de 76 años, uno de los hombres
más ricos de su país, quien construyó su
carrera valiéndose de la propiedad de importantes canales de televisión y del
grupo editorial Mondadori.
La acumulación da peso y poder pero
ciertamente no asegura prestigio. Porque sea cual fuere la empresa periodística
de que se trate, el lugar en el que se difunda o su dimensión económica, solo los
principios y valores, los ideales, la honestidad intelectual, la ética
periodística y la buena fe, pueden
impedir que el denominado cuarto poder se convierta, desnaturalizado, mercantilizado,
perdida su credibilidad, en un poder de cuarta, sin responsabilidad social. En
un poderoso pero aterrador instrumento de propaganda, sin dignidad republicana.
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